provechando que Altsasu pasa por el Teatro Principal, el PP vitoriano ha acusado al alcalde de, ¡ojito!, obsesión nacionalista, adoctrinamiento ideológico, humillación de los jueces e imposición partidista. A la dramaturga le ha endilgado falta de ecuanimidad, cuestionamiento de la ley, menosprecio de los medios de comunicación, sectarismo y parcialidad. En una hora y media sobre el escenario supongo que también cabrá la cornada a Manolete. Y la cagada de Cardeñosa. Y la liada parda de la piscina donostiarra. La portavoz popular ha concluido que la ciudadanía está harta y quiere vivir en libertad, por lo que ha exigido la retirada de la obra. Relean, por favor. Yo estoy harto y quiero adelgazar, por lo que exijo chuches, patatas y cerveza.

Según avanza la edad, hay pocas verdades a las que uno se agarre, y ahí va una: esa concejala censora no ha visto Altsasu. Yo, que sí lo he hecho y la recomiendo, digo que, guste o no, la obra está muy lejos de ser una apología de nada, y menos de cualquier matonismo. Pero es que hay más: aun si fuera unidireccional, escorada, arbitraria y judeo-masónica, el público tendría igual derecho a verla para aplaudir o patear. Eso de vivir en libertad es lo que tiene, que si me apetece pueda asistir a Ubú President de Els Joglars, Alejandro y Ana de Animalario, la trilogía de María San Miguel o quedarme en casa gozando con First Dates. Vamos, a lo loco, a la madrileña, ejem. Asusta tener que recordarlo. Se evidencia, de nuevo, que algunos leen Altsasu, y el topónimo es su viaje de ayahuasca: ¿habrá que hacer una historieta de esto, vale?