Se ha armado un follón tuitero, es decir, sobre el que se escribe mucho y casi nadie habla, porque según parece varios jugadores del Athletic, con perdón, usan el euskara para despistar al contrario. También lo hacen los de la Real, y quizás para cuando usted lea esto ya habrán confesado su delito los suajilis del Rayo y los aimaras del Celta. Era de esperar que los ciudadanos del mundo, o sea los de la República de su cerebro, no perdieran la ocasión de meter la cuchara imperial en el puchero. También lo era que algunos se enfrentaran a esos botarates con guantazos tácticos, sentimentales y legales, pues hasta se ha citado la Constitución para justificar un simple “luze” gritado en un campo vacío.

No obstante, lo que más esperaba yo era la reacción de una selecta tribu local, la de quienes aquí desprecian el euskara pero en el fondo, y en la forma, les mola aquello que Freud llamaba el narcisismo de la diferencia, y les molesta cuando un foráneo se la toca. Por eso ahora esos también se han enfadado con los centralistas. Son vecinos que opinan que el vascuence no vale para nada, o se limitan a soportarlo, y sin embargo ahí fuera se pavonean de su rareza extendiendo apellidos como plumas -¡mira la magia de mi melena!-, no vayan a confundirlos con unos murcianos del montón. Si por ellos fuera quemarían el euskara hoy mismo, pero se guardarían una urna con cenizas para salir mañana de gira, que luce bastante eso de la distinción, el linaje y yo escucho a Pearl Jam solo en vinilo. Lo odian, claro, pero ni se te ocurra negarles un sitio a la sombra de una lengua excéntrica, antiquísima, solitaria y blablablá.