me aposté una cerveza antes de ver Salvados, y aún me la deben. En verdad la llevo apostando desde que el tema llegó a los medios, así que podría beber gratis durante años. Sabía que el reportaje mostraría a un menor modélico y a un racista de libro, o quizás a un menor paupérrimo y a un racista de libro, este no falla. A ni una sola persona cabal harta. Y acerté. Como si el asunto de los menas fuera solo una trifulca entre cabezas rapadas y críos hambrientos, fachas que odian y niños odiados. Nada nuevo en ello, pues lo mismo se estila al hablar de la antiquísima etnia. Se enseña a los virtuosos en los estudios y las artes, y si acaso a los neonazis que queman sus chabolas. Por lo visto, el único borrón en la convivencia entre payos y gitanos es que unos creen en la raza aria y los otros son grandes violinistas.

Para mí informar es otra cosa. No es, desde luego, exagerar como hacen los xenófobos, pero tampoco ocultar un problema que afecta a muchos ciudadanos, bastantes de ellos tan menores como los menas. Entre ese racista de manual y ese magrebí modélico, hay una realidad y es que, en ciertos lugares, la gente siente pánico al cruzarse con ricitos -así les llaman-. Y ese miedo surgió mucho antes de que VOX se inventara, e incluso de que ese problema, que al parecer no existe, fuese noticia. Informar es contarnos de dónde viene el acojono, escuchar sin bozal a cuadrillas, noctámbulos, chicas, sí, mujeres, y que expliquen si lo suyo es una mera pulsión racista o si se basa en su propia experiencia. Lo otro, empeñarnos en sostener que no llueve, alimenta las urnas de quien se forra a vender paraguas con la trola del diluvio.