l 5 de enero, entraron en vigor reformas legales ligadas a los animales de compañía que reconocen, por obvio que me lo parezca, que estos no son cosas, que era como hasta ahora la ley los concebía. Así, las mascotas no podrán ser embargadas, y en los casos de separación o divorcio, serán objeto de consideración para su custodia compartida, entre otras novedades. No es más que la antesala de la ley de bienestar animal que el Gobierno español espera aprobar y que sí supondrá modificaciones de mayor calado: prohibición de la venta de mascotas en tiendas o por parte de particulares, sacrificarlos sin causa justificada, o su uso en circos. Nuestra sensibilidad con respecto a los animales ha aumentado claramente. Su presencia, salta a la vista, que se ha extendido enormemente. España tiene más hogares con mascotas que con niños menores de quince años, que generan 1.000 millones de negocio al año. Es una tendencia que ha venido para quedarse y que requiere de cambios como los citados, pero también de otros en nuestro paisaje urbano (zonas para perros) o normalizar su presencia en lugares públicos. Sin embargo, a riesgo de que la comunidad de propietarios de perros a la que pertenezco por partida doble se enfade, tenemos viejos problemas por solucionar para mejorar nuestra imagen. Perros sueltos sin dueño aparente que finalmente te sueltan eso de "tranquilo, que no hace nada". Y, el mayor de todos, las cacas en la calle. Hay que recogerlas, todas y en todo lugar. No hacerlo es una falta de educación y un riesgo de enfermedades. Ni hacerse el sueco, ni mirar al móvil, ni bajarlos a un río, y menos aún la milonga de que es abono. No hacerlo, como lo sufro a diario, lo que abona es la lógica animadversión del resto de personas. Bienvenidas las leyes para estos seres a los que tanto queremos pero, como dueños, afrontemos los viejos problemas.