uchos se han rasgado las vestiduras ante lo ocurrido con el rapero Hasél y, sin embargo, la libertad de expresión no sale reforzada, no solo porque se haya encarcelado a alguien por dar su opinión, sino porque la indignación que muchos han mostrado por el tema la he visto más vinculada a su cercanía política que a la defensa de este derecho fundamental. ¿Defienden tanto como parece la libertad de expresión, o solo en función de quién sea el que la ejerza, o según su contenido? No termino de entender cómo se irritan por lo de Hasél, mientras promueven que hacer apología del franquismo sea delito, o cargan contra una serie de cantantes de reggaeton por sus letras machistas. ¿En qué quedamos?, ¿se puede, o no se puede decir y cantar lo que uno piensa?

La libertad de expresión es una cuestión central en democracia que, como otros derechos fundamentales, es más sencilla de ejercer que de soportar. Supone aceptar que decir sandeces, o atentar contra el buen gusto, no es delito. Podré molestarme, pero no clamar por mi derecho a no ser ofendido, porque este no existe. Por duro que suene, vivir en democracia, básicamente, va de que cada uno puede, en gran medida, decir lo que le dé la gana, por lejos que esté de lo que pensemos. Claro que deben existir límites, como por ejemplo, para los que incitan a la violencia o al odio, pero regulados de manera concreta y como algo excepcional. No cabe defender la democracia utilizando, precisamente, las medidas que tanto gustan a sus adversarios. Ser tolerante y respetuoso con los que piensan lo mismo que uno, no tiene mérito alguno. Así es demócrata cualquiera. Lo verdaderamente difícil es serlo con los que están en las antípodas de tus ideas y controlar al censor, y hasta dictador, que llevamos dentro porque, ¿quién y cómo marcamos la línea de lo que se puede decir y lo que no, y seguir siendo demócrata?