ace años que Olentzero redujo el número de regalos, aunque acierta cada vez más. Es como si yo mismo me hubiese comprado el regalo. Así, este año dejó en mi zapato la primera parte de las memorias presidenciales de Barack Obama que estos días invernales me están ayudando a devorar, como si tuviera que devolverlo. Una parte importante de las mismas se centra en la gestión de la crisis económica de 2008 que estalló, precisamente, en tierras norteamericanas. De boca de Obama y de otros mandatarios a los que menciona, se perciben políticos comprometidos con aprender de todo aquello. Se siente en ellos una determinación de reformar el capitalismo más salvaje, que finalmente no se dio.

Paseando entre Lizarrusti y Lareo sobre un mar de blanca nieve me acordé de esta parte del libro de Obama. Los copos de nieve eran dueños y señores de la naturaleza, pero el sonido tan especial que nos regala la nieve cuando es pisada por primera vez nos susurra que es una fortaleza efímera. En días, cuando no en horas, el verde de los bosques reconquistará lo que es suyo. La nieve y el hielo quedarán relegados a las esquinas de la carretera y a los rincones sombríos, con un color grisáceo tan lejano de su luminosidad cegadora de días previos. No quedará rastro de la nieve y la olvidaremos hasta que vuelva a caer.

¿Será igual con la pandemia? Desde hace meses todo lo cubre pero pareciera que ya estamos deseando que el quitanieves de la vida normal la haga desaparecer tal y como nos ocurriera con la crisis de 2008, pero ni hemos superado la crisis sanitaria, ni la económica se va derretir cuando nos quitemos la mascarilla. No parece sensato pedir, entre los deseos del nuevo año, que 2021 nos haga olvidar a su predecesor cuando podemos extraer importantes lecciones. Antes o después la nieve volverá. Mejor que nos pille con los sacos de sal preparados.