currió en la plaza a la que los carros de antaño llegaban a Tolosa desde Navarra. En la misma que ha sido testigo del paso, desde las tropas napoleónicas y, hasta cuentan que, del mismísimo emperador Carlos V a caballo pero sobre todo, de las mil y una lágrimas que hemos vertido en ella con el arranque de nuestros carnavales, o la despedida del año. Ahí precisamente, descubrí un gran tesoro del que muchos no se habrán percatado. En la puerta de una tienda, pude leer un cartel que, con letras mayúsculas, recogía esta oda al sentido común: "Por favor, no hablar del coronavirus. Eskerrik asko". Un enérgico tirón de mi perra no me permitió hacer lo que el cuerpo me pedía: detenerme y aplaudir.

De veras que, ¿no hay más cosas de las que hablar e informar? Sé que el COVID es lo urgente y lo importante. También, que debemos aceptar que esto va muy en serio, que es muy grave, que ha venido para quedarse un buen tiempo y que, por lo tanto, es mejor hablarlo y no ocultarlo. Así pues, lo entiendo todo pero, como en nuestra batalla con el virus, no podemos permitir que se extienda sin límites y totalice el pulso de nuestra vida, como son esas pequeñas grandes conversaciones sociales con vecinos y amigos. Ahora que las actuales nuevas y merecidas restricciones nos han demostrado que, estábamos muy preocupados, pero puede que, no muy ocupados en cumplir con las medidas de prevención, podríamos añadir a nuestras tareas cívicas, la de no obsesionarnos con la cuestión. Hacerlo no solo nos paraliza sino que, sobre todo, ciega nuestros dos ojos. El ojo con el que tendríamos que ver que de peores hemos salido los humanos. Menos victimismo relajante o heroísmo barato, y más responsabilidad. Y el otro ojo con el que ver todo lo bueno, que es mucho, que aún nos rodea. En forma de cartel sería: "por favor, abra también las ventanas de su mente para que esta se airee".