a muchos habrá sorprendido la decisión de Pedro Sánchez de entrar sin complejos al barrizal y no andarse con remilgos, a sabiendas de que las derechas opositoras iban a ponerse de los nervios. Más todavía. Hay que reconocer que los primeros pasos del nuevo Gobierno de coalición están siendo, cuando menos, inquietantes. La profusión de vicepresidencias, carteras y subsecretarías ha sido motivo de críticas que reprochan el carácter elefancíaco y costoso del nuevo Ejecutivo. Pero lo que ha disparado la indignación de unos y la perplejidad de otros ha sido el nombramiento de la ex ministra de Justicia Dolores Delgado como Fiscal General del Estado.

La verdad es que hace falta mucha osadía para colocar a una persona de total confianza, casi de compadreo, en un puesto de la relevancia política que supone la Fiscalía del Estado. No hay duda de que Pedro Sánchez sabía la polvareda que iba a levantar el nombramiento, pero está claro que asumía de antemano el chaparrón. Colocar a Dolores Delgado en puesto tan trascendental, con la que está cayendo, es una provocación muy poco estética, un ejemplo descarnado de puerta giratoria. Es muy difícil entender el nombramiento de Delgado cuando aún resuena el batiburrillo discursivo de Sánchez, que se vino arriba en plena campaña electoral y apeló a la subordinación de la Fiscalía al Gobierno, para pasar de golpe tras su investidura a reivindicar la separación de poderes y a prometer la despolitización de la justicia. Se mire por donde se mire, el ascenso de Dolores Delgado habrá sido legal y de acuerdo al ordenamiento, pero no deja de parecer una nueva prueba de chanchullo sorprendentemente aprobada por el socio de Gobierno.

En cualquier caso, lo que está claro es que Pedro Sánchez está dispuesto a plantarle cara a la prepotencia de la oposición y a utilizar todos los recursos legales para llevar adelante el mandato recibido en las urnas. No se va a ablandar, por más anuncios de querellas que vayan llegando desde el alboroto de una derecha soliviantada ante el avasallamiento de su histórico cortijo judicial. A esta estupefacción obscena de la derecha hay que añadirle una enorme dosis de hipocresía que cierra los ojos ante el escandaloso mangoneo que la derecha viene haciendo con la justicia desde siempre. Saben sus dirigentes y sus apéndices mediáticos de los numerosos precedentes en los nombramientos de la Fiscalía, ya directamente desde el cargo de ministro como Javier Moscoso en tiempo de Felipe González, o desde la obediencia política como Jesús Cardenal, fiscal general nombrado por Aznar que criticó "el clima de pluralismo político que sólo beneficia a los extremos viciosos que permiten en divorcio, el aborto, los anticonceptivos y la pornografía". O la pillada del Whatsapp del senador Cosidó aplacando a los suyos ante el juicio al procès y asegurándoles que "controlaremos la sala segunda desde atrás", o el ex ministro de Interior Fernández Díaz que tranquilizaba a su filtrador de dossiers falsos contra independentistas catalanes "eso la fiscalía te lo afina".