la verdad es que era para pensárselo. Lo de volver a votar, digo. Se mire por donde se mire, que le vengan a reclamar a uno el voto después de haberse mofado de su condición de ciudadano le quita las ganas de seguir formando parte del esperpento, de persistir como figurante en la ópera bufa que los políticos se han empeñado en representar un año sí y otro también.

Es repugnante que nos fuercen a ir hoy a las urnas porque a quienes pudieron evitarlo no les dio la gana de ceder un palmo en sus intereses partidistas. Aún se nos abren las carnes al recordar aquellos plenos de investidura del pasado septiembre en los que la izquierda -supuesta- se enzarzó en un barullo de poltronas, que si más, que si menos, que si ninguna, en un lodazal de desconfianzas. Aún apesta aquel muladar de las derechas, extremas y ultras, escupiendo rencores y revanchas, si no es para mí no es para nadie, compitiendo en intransigencia y en resentimiento.

Pues no, no nos hemos repuesto de aquel desencanto -la aritmética daba para un Gobierno de progreso-, y lo que hemos podido comprobar como preliminares para un nuevo intento no nos ha sacado del pantano de mierda política en el que buceamos desde septiembre, por no decir desde hace cinco años. También es verdad que quien decidió las fechas se ocupó de embarrarlo aún más, a sabiendas de que entre aquella astracanada y la de hoy iban a estallar las minas de la sentencia del procés y la exhumación de la momia.

Veníamos de aquel fangal, y hemos soportado la prórroga comprobando que de acuerdo al comportamiento de los aspirantes no nos espera otra cosa que más de lo mismo. Las izquierdas -supuestas, insisto- han vuelto a tirarse la vajilla a la cabeza desparramando la decepción entre quienes aún sueñan con un futuro de progreso. Las derechas que se decían civilizadas le hacen la peineta al que aún se cree candidato, al tiempo que se zancadillean para abrirse paso a codazos por ser cola de ratón para, al final, defecar el excremento de un neofascismo tan anacrónico como amenazador.

Nauseabundo ha sido el silencio, o el acojono, de los máximos aspirantes a gobernarnos cuando el caudillo de la ultraderecha fascista regurgitaba urbi et orbi repugnantes patrañas, exabruptos xenófobos, escupitajos machistas, arengas patrioteras y regresiones franquistas. Millones de telespectadores echándose las manos a la cabeza, que no podían creerse que aquel energúmeno vomitase tanto desatino sin que nadie le parase los pies, porque cada uno de los candidatos seguía atento a sus papeles para no perder el hilo de lo que su gurú le había escrito para el discurso. Y así, ante el acojono general, hemos llegado al Día D con la posibilidad creíble de que el fascismo vuelva a ser la clave del poder en España.

Hemos comprobado que la democracia no ha sido capaz de hacer callar al franquismo renacido al impulso de la momia y a las filas prietas de la sagrada unidad de España. Solo el voto puede pararles los pies a la incompetencia y al fascismo, y no nos queda otra que acudir a las urnas aunque sea con las narices tapadas, armarnos de valor y chapotear entre este lodazal nauseabundo en que se ha convertido la política española y el democrático ejercicio de votar.

Por cierto, apañados estamos si esperamos que alguno de los participantes en los saraos de debates televisivos estatales va a tener en cuenta nuestras preocupaciones y necesidades como miembros de la sociedad vasca. Si hay que votar para poner pie en pared ante el fascismo rampante que nos amenaza, votemos por quienes mejor puedan defendernos en el circo de las Cortes madrileñas. Votemos, aun tapándolos las narices, insisto, para que la voz de la ciudadanía vasca pueda ser escuchada y respetada entre el griterío de la arrogancia y la intransigencia.