n el pleno de política general del pasado jueves planteó el lehendakari Urkullu en lo concerniente al autogobierno una mirada al futuro basada en los derechos históricos, citando para ello fechas claves de nuestro pasado. Las respuestas no se hicieron esperar: faltos de reflejos -y de conocimiento- lo único que se les ocurrió reprochar a algunos fue un supuesto regreso al siglo XIX. También pudimos leer un sorprendente comunicado del movimiento Gure Esku, en cuyo consejo directivo algunas personas deberían reflexionar -estando donde están- sobre la conveniencia de airear permanente y obsesivamente sus fobias políticas.

Resulta curioso que los sedicentes constitucionalistas y estatutistas obvien disposiciones básicas que no solo otorgan vigencia a nuestros derechos históricos, sino que pueden abrir puertas de cara al futuro. O que pretendidos continuadores del legado de Ernest Lluch ignoren las aportaciones de este en torno a los citados derechos y su engarce con lo que él denominó constitucionalismo útil. O que algunos de los otrora defensores del Estatuto Político del lehendakari Ibarretxe y su gobierno olviden lo que en su preámbulo se proponía sobre su actualización. No digamos nada ya de quienes tratan de frivolizar acerca de la propuesta del pasado jueves con bobadas sobre txapelas carlistas, demostrando así un preocupante desconocimiento acerca del hecho de que la reintegración foral fue también una reivindicación de destacados liberales, federalistas y republicanos vascos.

Obviamente es la de Iñigo Urkullu una propuesta abierta al debate. Hay quienes cuestionan su eficacia, quienes la refutan ideológicamente o quienes discuten el análisis histórico que la acompaña. Pero pocas dudas caben de que ha tenido el efecto de poner (de nuevo) sobre la mesa esta apasionante cuestión. Lo que no resulta tan alentador es el -salvo excepciones- escaso nivel ofrecido en unas respuestas repletas de frases hechas y de ineptitud. Una pena.