ocas veces hemos visto tan enojado a Aitor Esteban como el pasado jueves en Euskal Telebista refiriéndose al delegado del Gobierno en Gasteiz como caradura y sinvergüenza, calificando a su vez su intervención radiofónica de horas antes como el colmo de la hipocresía y el cinismo. La verdad es que había motivos para el monumental enfado: en unas declaraciones alucinantes, Denis Itxaso manifestó que para el esclarecimiento del caso de Mikel Zabalza la pelota seguía estando en el tejado del PNV. Casi nada.

Se refería con esa estrafalaria pirueta argumental a la negativa de su partido, junto con Vox y el PP, ante la petición jelkide de reapertura de diligencias y levantamiento de secreto sobre el asesinato (¿alguien lo duda?) del de Orbaizeta. Lo cierto es que entraba en el guion una defensa por parte de Itxaso del voto contrario del PSOE a la iniciativa parlamentaria de Esteban, pero el delegado se vino tan arriba -en realidad tan abajo- que a punto estuvo de acusar a Sabin Etxea de que el emérito esté donde está. Ya puede prepararse Jon Inarritu para cuando le diga que se mantienen las condecoraciones a Galindo porque EH Bildu no aporta pruebas nuevas para quitárselas.

En el fondo asistimos a la paulatina mutación de un político que tiempo atrás valorábamos como un espíritu libre, como un verso suelto de esos que tanto se agradecen. De un político que llegó a escribir con Gemma Zabaleta aquel sugestivo libro titulado Con mano izquierda en el que abogaba, entre otras cuestiones, por un PSE-EE con mayor autonomía respecto a Madrid que aspirara a convertirse en polo de pensamiento propio. Un político, en definitiva, que entonces sin duda habría criticado el bochornoso voto de los socialistas el pasado miércoles en Madrid. Muchos de los que llegamos a apreciar a aquel Denis Itxaso esperamos que a la vuelta de todo esto, cuando deje de ser el delegado, lo deje de ser no solo en cuanto al cargo. Yo ya me entiendo.