a verdad es que a estas alturas pocas cosas sorprenden, pero resulta difícil ocultar cierta zozobra ante el regocijo con el que reciben aquellos que odian con escaso disimulo al partido mayoritario del Gobierno Vasco toda aquella declaración, crítica o decisión ajena que piensan que puede minar a este. Venga de donde venga, se trate de lo que se trate. Ciertamente, piensan algunos, todo vale para el convento.

Ya puede ser un delegado del gobierno pontificando sobre vacunas, una ministra de Defensa escupiendo declaraciones sobre Zaldibar y el ejército, un tribunal de justicia ejerciendo de epidemiólogo, o un gobierno central ignorando nuestra autonomía; qué duda cabe de que todo lo que apunta al Gobierno Vasco cuenta con la complicidad de ciertos sectores cuya principal obsesión es desgastar al partido que lo dirige. Las reacciones abarcan desde el silencio sospechoso al alborozo, pasando por pícaras sonrisas y farragosas contextualizaciones, pero en pocas ocasiones asoman voces que, siendo críticas con la labor de Gasteiz, expresen desacuerdos con exabruptos y frivolidades como las citadas.

La cuestión es preocupante. En el fondo asistimos desde hace casi un año a incesantes deslealtades, incumplimientos e intromisiones que deberían preocupar a todos aquellos sectores políticos y sociales que aspiran a preservar -y aumentar- nuestras cotas de autogobierno, también ante resueltos jueces. Pensar que la defensa de todo ello corresponde en exclusiva al principal partido del gobierno -el otro ni está ni se le espera- resulta un error en el que no se debería persistir.

Urge que se entienda que las necesarias y motivadas críticas a la acción de un gobierno que comete errores no son incompatibles con el apoyo a ese gobierno ante ataques inaceptables. Observar con regocijo cómo una institución recibe ciertas agresiones como si ello no fuera con nosotros, es más, pensando que en realidad nos beneficia, denota un tacticismo preocupante que tal vez algún día pase factura.