s Iñaki Elorza un gran periodista -los grandes nunca se retiran- que de vez en cuando nos repasa con sus estadísticas la evolución de la pelota vasca en nuestros frontones. Ayer nos recordó que el Día de Reyes de 1981 se programaron nada más y nada menos que ocho festivales de profesionales, entre ellos la final del campeonato de mano parejas. Casi nada. Desconozco el dato del año pasado, antes de la pandemia, pero me atrevería a afirmar que no llegaron a la mitad y acudió a ellos además mucha menos gente.

Son el Luis y el Txaketua dos bares históricos de Oñati que llevan ya cerrados muchos meses, desde antes de la pandemia. Escribe uno del entorno que mejor conoce, pero a nadie se le oculta que es este un fenómeno muy extendido en infinidad de establecimientos hosteleros de nuestra geografía. Podría uno así enumerar muchos ámbitos en los que nuestros hábitos de consumo, nuestros comportamientos sociales, nuestras vidas estaban transformándose a pasos agigantados antes de la pandemia. Porque ya estaban muy presentes las plataformas digitales que causaban estragos en los cines, los amazones que ahogaban al pequeño comercio y los aparatos electrónicos que provocaban que imprentas y rotativas funcionaran a medio gas. Por ejemplo.

No es esta una cuestión menor. Sin negar la inmensa, amén de dramática, incidencia que la pandemia está teniendo en los sectores descritos -y muchos otros-, sería conveniente que no nos engañáramos pensando que todos nuestros males nos los ha traído el coronavirus, y que superado este volveremos a un mundo que en realidad ya no existía, o cuando menos estaba dejando de existir. Solo conocer cómo y por qué hemos llegado adonde estamos, adonde estábamos antes de todo esto, nos permitirá corregir el rumbo. Siempre y cuando lo queramos corregir, que esa es otra.