ientras escribo estas líneas no se ha dilucidado aún quién habitará la Casa Blanca a partir de enero, pero lo que ha quedado claro es que, a estas alturas, conocemos mejor el sistema electoral de los Estados Unidos que el propio y que aquí hablamos de Bernie Sanders con la misma naturalidad con la que antaño lo hacíamos sobre Imanol Murua. Por ejemplo.Tampoco hace falta irse tan lejos. Observa uno con asombro cómo Cayetana Álvarez de Toledo está más presente que Maddalen Iriarte en muchas de las conversaciones de su entorno, o Pablo Echenique más que Joseba Egibar, por poner otros dos ejemplos de líderes que estima. También que se siga con mayor interés la crisis interna de Podemos de Andalucía que cualquiera que se produzca aquí. En definitiva, se jugaría uno una txuleta a que más gente de la Comunidad Autónoma Vasca conoce el nombre del alcalde de Cádiz que el de Iruñea y mucha más el nombre de la presidenta autonómica madrileña que el de la presidenta de Nafarroa o el del Diputado General de alguno de los territorios históricos vecinos.

Quedan atrás aquellos tiempos en los que gran cantidad de vascos podían recitar los nombres de los consejeros de los primeros Gobiernos Vascos del posfranquismo casi como si fueran la alineación de la Real, y eran además capaces de aportar a botepronto una amplia lista de miembros del EBB, de la Mesa Nacional de Herri Batasuna, del Biltzar Ttipia de Euskadiko Ezkerra y de otros partidos minoritarios, por muy extraparlamentarios que estos fueran.

Se alega que tras décadas de convulsión y sufrimiento toca la calma. En definitiva, que tal estado es señal de normalidad, amén de transitorio, añaden los optimistas. No deja de ser un argumento comprensible, pero parece preocupante que se confunda el sosiego con el letargo y el reposo con la apatía. Sinceramente, el desinterés que se observa en la ciudadanía vasca hacia la política local es un síntoma que debería llevarnos sin demora a una profunda reflexión. Nos va mucho en ello.