El domingo pasado, Évole entrevistó al médico Eufemiano Fuentes, famoso por su vinculación con el atletismo, ciclismo y fútbol desde los años 80 hasta nada que se ha jubilado, y más aún por su papel protagonista en la Operación Puerto de 2006, una trama de dopaje a gran escala destapada aquel año y pésimamente llevada a nivel policial y judicial, al punto de que muchos corredores y deportistas tuvieron que dejar sus carreras pero nadie más pagó por aquello a nivel penal, por no hablar de que todo indica que se silenciaron expedientes.

El caso es que salvo dos o tres nombres Fermín Cacho, la Real Sociedad y el Real Madrid, Fuentes no mencionó nombres propios -el de la Real ya se conocía desde 2009- y, como es un profesional del encubrimiento y el teatro, básicamente se dedicó a torear a Évole, un títere en manos de semejante titán de la mentira. Nos pasaría a casi todos. A mí, al menos, sí. Lo curioso del caso es que seguimos en el país en el que nos fijamos más en el nombre propio o en cómo se comporta un individuo concreto que en el asunto general o de fondo.

Y, en el asunto general y de fondo, hubo, hay y habrá muchísimas más personas y entes implicados que un médico canario. En muchos países ha habido dopaje de Estado organizado y en otros lo ha habido no organizado pero sí permitido. En otros, vista gorda con algunos y no con otros. O con algunos deportes sí y con otros no. En España, si se fijan, salvo uno o dos deportistas pillados, el 99,99% restante, o directamente niegan el tema, o han callado o incluso se rebelan contra el asunto. Alguno igual tiene razón. El 99%, no. En otras partes, hay libros de autoconfesión, etc., etc. Aquí no hay nada. Silencio y gente silbando y mira qué malo ese Fuentes. Fuentes hacía trampas porque había deportistas y equipos y entes que le requerían para ellas, al igual que ha sucedido con decenas de médicos más. No es un islote.