Éxtasis atlantista. Vítores al anfitrión. Sánchez, actor global. Europa le espera cuando quiera, quizá sea más pronto que tarde. Pero se baja el telón de esta rimbombante función, niquelada para regocijo patrio a los ojos del mundo. ¿Y ahora? La cruda realidad: Un Gobierno más dividido que ayer; los socios parlamentarios, muy mosqueados; la oposición, beligerante y crecida; la verja marroquí, una vergüenza hiriente; inflación desbocada; inquietud social; la energía, inmanejable; Argelia, enfadada; el CGPJ, un polvorín; el asalto a Indra ahuyentando inversores; la cascada de concursos de empresas, a la vuelta del verano; ¿falta algo?, por ahí asoma la amenaza de otro rebote del virus. Un auténtico tormento.

Cuando se inicia la operación salida más cara de la historia y siguen los ecos gloriosos de una acrisolada cumbre de la OTAN, idílica para sus promotores y para la proyección internacional de ese Madrid que es mucho más que Ayuso, bien sabe Sánchez que le espera bajar de la gloria a pisar tierra movediza. Una descomprensión personal que le aboca al abatimiento. Escenifica la consecuencia inmediata, sin más descanso que las calculadas entrevistas en televisión, del tránsito de un estadio de merecido incienso, con una innegable proyección de su figura política, hacia un escenario azuzado por la inestabilidad. Es ahí cuando se va a encontrar la enésima contradicción con sus socios aderezada de un panorama económico desolador que se lleva por delante cualquier plan de recuperación que se precie.

Dentro de casa, la suerte, uno de sus principales aliados, empieza a ser esquiva con Sánchez. En cambio, delante de Biden y de la foto de familia del Museo del Prado, es ese líder progresista de futuro prometedor. Las dos caras de una misma moneda en apenas cuatro días. Cuando se ultimaban, con acierto, los detalles para recibir a las más de 40 delegaciones mundiales, el presidente anunciaba otro millonario compromiso con los más desfavorecidos. Sin embargo, este gesto de compromiso solidario se fue por el desagüe. En su comparecencia, fue incapaz de sumarse siquiera humanamente al clamor contra otra salvajada mortal de su nuevo amigo geoestratégico en la valla de Melilla, que así demostraba su auténtica cara déspota. Los socios se la tienen jurada. La justificación fue peor. No había visto las imágenes.

No son los mejores tiempos para compartir voluntades con el Gobierno. El febril compromiso militarista del cónclave de Madrid para destinar un 2% del presupuesto del Estado a promover el gasto en Defensa representa todo un anatema a la izquierda del PSOE. Un rechazo que obligará a Sánchez, de nuevo, a pedir árnica a la derecha, especialmente a ese PP cada vez más ensoberbecido y que sigue echando sal en la herida del descrédito de una coalición que no para de sacar sus trapos sucios al tendedero público. Una transversalidad que se antoja recurrente como tabla de salvación para el resto de legislatura y que, como contrapartida, lleva prendida la consiguiente cuota de descrédito para quienes sustentaron la mayoría de un cambio verdadero. Entre ellos, sobresale la incógnita sobre el rumbo que empezará a marcar Yolanda Díaz, sin duda la auténtica protagonista política de la próxima semana mediante la presentación de su esperado proyecto político. Para entonces, los suyos querrán hacer tabla rasa del sonoro patinazo en Andalucía, pero la cruda realidad constatará que la guerra de guerrillas en Unidas Podemos seguirá en carne viva entre el ajuste de cuentas, prietas las filas y el desembarco en Sumar.

Otros aliados parlamentarios tampoco atraviesan por su mejor momento. La crisis del Botánic, generada por la forzada dimisión de Mónica Oltra, ha dejado demasiado poso de desconfianza entre sus firmantes y Valencia es un bastión electoral.

En ERC, no se quitan de encima la desconfianza. La mesa de diálogo sigue ahí hueca de contenido sugerente porque, en realidad, tampoco las trompetas del soberanismo resuenan alarmadas como para llenarla de contenido. De momento, bastante tiene Junts con resolver el futuro de Laura Borràs, azote institucional de ERC, aunque cada vez más cerca de ser sometida a juicio y, por tanto, perder así irremediablemente su escaño. La causa soberanista ha entendido que el procesamiento de la belicosa presidenta del Parlament no guarda relación alguna con el enemigo opresor sino que se reduce sencillamente a un supuesto caso de corrupción por el nepotismo que entraña la ayuda a un amigo sirviéndose de su anterior cargo en el Govern. Otro golpe de realidad.