Consumo, luego existo
Cuando era niño relacionaba soledadcon aburrimiento y solía decir encasa aquello de “me aburro” y miamona Patro me respondía “pues, cómprateun burro”. Con el tiempo fui descubriendoque sin llegar a comprarlo, uno podía disfrutar de la soledad. Esa soledad creativa, laque relaja, la que te permite pararte un pocoen la vida. Pero hoy, la soledad también puede ser un arma letal. La semana pasadasupimos por los medios que una señoramayor había sido encontrada muerta en sucasa en Madrid. La patada en el estómagode la noticia venía al saber que los médicoscreen que llevaría entre 14 y 16 años muerta.Viuda, sin hijos y con escasa relación conotros parientes, la soledad convirtió el hogaren su propia tumba. Todas las redes fallaron. No caben excusas. Ni la familia, ni losvecinos o amigos y ni siquiera los mediospúblicos de protección como la policía o losservicios sociales percibieron nada. Losbancos alegan que si la mujer se hubiesequedado en números rojos las alarmas sehabrían encendido antes porque tanto ellos,como la comunidad de vecinos, habríanbuscado respuestas. Triste conclusión:seguía viva socialmente porque pagaba susrecibos. Puede que solo sea un cúmulo defatalidades lo que ha provocado esta noticiapero siento que es solo una historia más dela que algunos ya califican como epidemiasocial del futuro: la soledad. Esa tormentaperfecta que hace que una persona vayamuriendo en vida víctima del aislamientosocial. En tiempos de tecnologías y desarrollo sanitario como nunca, las personaspodemos morir si nos falla la atención y elcariño de los demás. Nos lo tenemos quehacer mirar. Con el tiempo que le llevó alfilósofo Descartes a soltar aquello de “pienso, luego existo” para que ahora en plenosiglo XXI, lo que nos convierta en personassea si pagamos o no las facturas o lo quesería el “consumo, luego existo”.