Tras la entrevista de Jordi Évole haciéndole coger al papa una concertina de las que cortan los tendones a los refugiados que osan saltar las vallas en Ceuta y Melilla, estaba claro que tenía muy alto el listón como para regresar a la línea de salida e iniciar otro salto de esas características. El no va más de las entrevistas que Évole tiene en la cabeza requieren de otros formatos y por eso lo deja. Aunque si esta semana se ha estado hablando de un no va más, ése ha sido el del tercer capítulo de Juego de tronos. Que no se asuste nadie de los que no ha visto la serie ni los que no tienen ninguna intención de hacerlo. No voy a contar la relación de muertos, no. Tampoco voy a echarles la bronca a quienes han decidido quedarse al margen de ver esta serie porque para eso tienen que tirar de tarjeta. Hablo de ese episodio porque se había vendido como el enfrentamiento más espectacular jamás contada en cine y televisión. Se iba a ser testigo de la madre de todas las batallas que en el mundo audiovisual han sido. Y arrancó la acción en plena noche; arrancó y se echó la niebla; arrancó y el negro ocupaba el 95% de la imagen. Para descifrar el resto fueron necesarios caudales de imaginación e intuición al mismo tiempo. Luego vinieron las explicaciones: para ver la tele hay que apagar todas las luces y no mirar al móvil porque perderás irremisiblemente la capacidad para leer las sombras que poblaban el capítulo. Una pelea que si encima la viste en el móvil debió ser como reeditar la visión de la películas porno en el viejo Canal +. También se dijo que la tecnología de los televisores no está preparada todavía para el visionado de unas escenas para las que se había elegido el criterio artístico de su fotografía sobre la acción. Es decir, que eligieron una luz para que nos fuéramos planteando cambiar de televisión. Y entonces uno se da cuenta de que su ambición igual tiene que ver, más que con el arte, con el negocio de la venta de electrodomésticos con bluray. Hoy por hoy, otra cosa no se entiende.