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Seis exetarras

Aquello de desarmar el lenguaje, lo de suavizar calificativos y aplacar los ánimos dialécticos para un mejor entendimiento entre diferentes, quedó, siempre ha quedado, en el intento. Sólo desde la ingenuidad más candorosa se pudo sostener que en el ruedo de la política ibérica sus señorías mantuviesen los mínimos de respeto al adversario, y menos cuando están en juego unas elecciones a la vista o cuando cabe la posibilidad de noquear de antemano al contrincante.

Nos van acostumbrando, y cada vez más, al exabrupto, a la salida de tono, a la media verdad o a la patraña propiamente dicha. Todo vale en los hemiciclos españoles, hasta el punto de que nos familiarizamos lo mismo con los improperios sarcásticos de Rufián que con las falacias resentidas de los Casado, Rivera o cualesquiera portavoces de la derecha. A fin de cuentas, entre políticos anda el juego, y no deberíamos escandalizarnos demasiado si tenemos en cuenta que en un oficio supuestamente más ilustre que la política el Beato de Líébana definió a un tal obispo Elipando de Toledo como “cojón del anticristo” por un quítame allá unas diferencias teológicas. Los políticos de oficio, al menos, se insultan a la cara y mienten en público exponiéndose a que en su momento tal actitud les pase factura.

Por el contrario, confundir al personal para influir en su discernimiento es una pésima práctica deontológica para quienes tienen por oficio informar. Viene esto a cuento del titular a toda página con el que un grupo editorial vasco saludó hace unos días la presentación del programa educativo Herenegun que a través de la asignatura de Historia abordaría la memoria reciente (1960-2018) de Euskadi. “El relato de seis víctimas y seis exetarras explicará en las aulas la historia de ETA”, era el titular.

El titular, ya se irá viendo, confunde. Da a entender dos cosas: que “seis exetarras” irán a las aulas y que estos constituirán una especie de contraste favorable a ETA que se confrontará con el de seis víctimas. Ni lo uno, ni lo otro es verdad. En este programa educativo no se prevé que nadie vaya a las aulas. Los “seis exetarras” ofrecen su testimonio en unos documentales en los que participan cerca de 50 protagonistas de la historia de los últimos 60 años, entre ellos, ocho víctimas de ETA, una del GAL y dos de abusos policiales.

Pero quizá lo más grave es calificar a seis de ellos como “exetarras” y luego no decir quiénes son los seis en cuestión. Esa calificación de “exetarras” orienta a la confusión y plantea una sombra de sospecha. Sugiere que el material educativo, de algún modo defenderá a ETA, o la justificará. Para situar las cosas en su sitio es necesario desvelar quiénes son los “seis exetarras”. Julen Madariaga, que a sus 86 años lleva más de treinta expulsado de ETA; José Félix Azurmendi, ex director de Egin y subdirector de Deia que ha dejado constancia en sus escritos desde hace décadas de su profundo rechazo a la violencia; Martin Auzmendi, consejero de Trabajo en 1991 y presidente del Consejo de Relaciones Laborales; Carmen Gisasola, con su pública renuncia a la violencia y representante de la Vía Nanclares; Izco de la Iglesia y Javier Larena, históricos juzgados en el Proceso de Burgos que abandonaron ETA hace casi cincuenta años. Como puede verse, peligrosos testigos para contar lo que aquí ocurrió.

No quisiera alimentar la escalada dialéctica que he aludido al inicio. Al contrario, quiero llamar a la reflexión. Hago contención y dejo sin decir tantas cosas que me pide el cuerpo en este momento. Reflexionemos sólo sobre algo muy sencillo. ¿Qué espita estamos abriendo si la calificación-descalificación como “ex etarras” se aplicase a todas aquellas personas que pasaron en algún momento de su vida por ETA? Tan “exetarras” son los que aparecen en este documental como lo pudieran ser Mario Onaindia, Teo Uriarte, Jon Juaristi, Mikel Azurmendi o cualquiera de los miles de ciudadanos vascos que en un momento de sus vidas a lo largo de cincuenta años con mayor o menor implicación se vieron vinculados con esa organización, aunque posteriormente renegasen de ella. ¿Deberíamos poner siempre detrás de su nombre el calificativo-descalificativo de “exetarras” para suscitar dudas sobre lo que pudieran decir, hacer o escribir?

Sorprende, sobre todo, la pretensión de emborronar el material educativo y la aportación de estas seis personas en un medio que desde hace años mantiene como uno de sus responsables editoriales a un “exetarra” y ex dirigente de ETA como Kepa Aulestia. No, Aulestia no se merece que se le trate como “exetarra” para desacreditarle. Los medios de comunicación debiéramos contribuir a racionalizar el debate, y no a enconarlo. Menos aún a cuenta de las víctimas.