Hace muchos años que Perú me llamaba y la jubilación de tres de nosotros nos ha brindado a dos matrimonios de la familia la ocasión para conocerlo in situ, mitad como turistas, mitad como peregrinos.

Lima y sus contrastes sociales, Cusco y su historia colonial escrita sin piedad ni rubor sobre las ruinas de los incas, sobre su historia arruinada. El valle sagrado desde Pisac a Ollantaytambo y Machu Picchu. La inmensa Amazonía, inviolable y sin embargo violada, como la vida de tantos. Los imponentes Andes, con sus cumbres rocosas, sus mesetas y laderas de terciopelo dorado, sus nevados que creíamos perennes, sus volcanes humeantes. Sus paupérrimas aldeas suspendidas en la altitud y en el tiempo. Perú suspendido entre el pasado y el futuro.

¿Pero qué futuro? El mismo futuro incierto de todos nosotros, de la humanidad entera, de la vida en la Tierra. El futuro incierto de las islas de los uros, en el lago Titicaca, a 3.800 metros de altitud: son islas flotantes de totora, una hierba alta y carnosa que crece sobre la superficie del lago, cuyas raíces forman una capa orgánica flotante y movediza; sobre ella construyen los indígenas uros sus pobres poblados de entre tres y diez chocitas, de una única habitación cada una. En ella comen, duermen, aman. Viven. Y mueren antes de tiempo, soñando en vivir. Chozas y canoas de totora que duran un año sobre un suelo de totora que ha de ser repuesto sin cesar y que, con todo, no resiste más de 30 años, apenas una corta generación: cuando el suelo amenaza hundirse, abandonan el poblado y reconstruyen otro un poco más allá.

En el lugar abandonado, no obstante, volverá a crecer la totora y otros lo volverán a habitar. Seguirá la espiral de la vida, perecedera e inmortal. Seguirá la vida, pero ¿hasta cuándo podrán los uros mantener su forma tradicional de vida, cuando la televisión y el internet y la propaganda de la felicidad del consumo empiezan ya a invadir sus chozas? ¿Qué futuro presagia a los uros y a todos los demás esta nueva colonización planetaria en marcha de la mano perversa de la economía neoliberal?

Su futuro es nuestro futuro, lo queramos o no. Igual que su pasado, lo quisieran o no, ha sido el nuestro. Trescientos años de dominación y expolio colonial sin límite, seguidos de doscientos años de esclavización poscolonial, han hecho de Perú lo que es. Interrumpieron el curso -por incierto y confuso que fuera- de la historia milenaria de sus pueblos, les impusieron a la vez la cruz y el hierro, el bautismo y la servidumbre, los condenaron a formar parte de la muchedumbre de los perdedores de la Tierra. Y todo ello -colmo del cinismo o de la inconsciencia- en el nombre de la “religión verdadera”. No, no era el evangelio de Jesús, el Espíritu defensor de la Vida y de la Tierra.

Y así hasta hoy. La llamada independencia del Virreinato del Perú, como la de casi todos los pueblos colonizados de América, África, Asia y Australia, no significó la liberación de los indígenas, mestizos, negros, mulatos y de los últimos en general, sino la victoria de los hijos de los colonizadores -virreyes, encomenderos y corregidores- y de sus propios intereses contra los intereses y el poder de la metrópoli. Persiste el saqueo, por parte de poderes locales o transnacionales. Sigue el poder de los blancos, ahora en despiadada competencia con los chinos. Los que perdieron siguen perdiendo en la espiral de la muerte. Y a esto seguimos llamando desarrollo, otra religión.

No se trata de volver al pasado, ni quiero decir que los Incas, curacas y gamonales trataran a su gente mucho mejor de lo que los colonizadores les trataron a todos ellos. Pero algo nos enseñaron los incas que nosotros no hemos aprendido aún: que la Tierra, sagrada, es de todos, que nadie la debe poseer en propiedad y que solo el Bien Común de los vivientes nos hará felices. Sin eso no habrá desarrollo ni salvación. Tampoco sin el consejo que, según nos contaron, se daban los chasquis (mensajeros incas) al cruzarse, a modo de saludo: “No mientas. No seas perezoso. No robes”. Eso.

Perú es un espejo, y tendremos que decidir: ¿Qué queremos hacer del planeta y de la Vida? La amenaza y la esperanza, el rumbo de la Tierra se reflejaban en aquella niña encantadora, Nicole, en sus ojos llenos de luz y de ternura, de alegría de vivir, sobre aquella islita flotante de los uros. ¿Qué será de ella? Eso será de nosotros.