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De ganar ‘OT’ a vivir de ‘estríper’

Cuando se grabó OT8 corría el año 2008 y su escaso seguimiento precipitó la final que ganó el paraguayo Nahuel Sachak. Tras la victoria en la improvisada final a Nahuel le prometieron que, además de los 30.000 euros que al parecer cobraría como ganador, tendría un futuro y que la industria musical se ocuparía de él y que por lo que había conseguido su empresa ya le iba a grabar su primer álbum que presentaría por el mundo acompañado de Paris Hilton. Entonces el ganador de OT8 contaba con 19 años. Hoy, diez años después, sigue sin saber nada de la pasta del concurso, nadie le financió su primer disco y Nahuel Sachak trabaja de estríper a sabiendas de que aquel guion que le leyeron el día de su triunfo era puro espectáculo. Y es precisamente ese aspecto el que chirría de concursos como el de OT: tanta sonrisa, tanta felicidad, tanto buen rollo... ¿Adónde van a parar? Es difícil encontrar un pero a estos concursantes que con aparente normalidad se emocionan, lloran, gritan de entusiasmo cuando ven a un cantante conocido o tienen que interpretar una canción que aparentemente les encanta. Cuando uno ve el guion que se escribe cada jornada utilizando el material de todos esos sentimientos, se siente un poco de vértigo. ¿Es lícita tanta exageración con el único fin de transmitir credibilidad al público y a los espectadores? La respuesta es que no. Que el espectáculo televisivo debería ser un poco más auténtico aunque no consiguiera su propósito último del éxito sin paliativos. La presente edición ha contado con la credibilidad de las nuevas generaciones, además también de manejar muy bien otras redes sociales. Pero mantener el más difícil todavía del entusiasmo provocado por un tema musical, tiene fecha de caducidad. Y no lo digo por Nahuel que está encantado con su trabajo actual. Ahí sabe cuáles son las reglas del juego, en OT no están tan claras, desde luego.