Desde hace unas semanas, los chicos de Vasile han programado una nueva edición de Gran Hermano, que apodan como Revolution, para evitar la monotonía del título, 19 edición, en un desesperado intento por reverdecer viejos laureles de audiencia y éxitos comerciales. Bajo la batuta histérica de Jorge Javier, especializado en conducir realitys con poca gracia y amanerado salero, el programa camina a paso limaco y no acaba de despertar pasiones en las noches de los jueves, día de expulsiones.

Lo que fue joya de la corona, languidece con los mismos argumentos, guiones e historietas de personajes más o menos freakes, más o menos graciosos, más o menos ligones. Ellas y ellos van buscando acomodo en el transcurso del programa archiconocido, archisabido y archimanido.

El paso de las jornadas va descubriendo características humanas de los habitantes de la casa que mejora al menos, de edición en edición, en mobiliario, estilismo y dependencias. Como todo está descubierto bajo el sol, las maneras y modos de los protagonistas del reality se descubren bastante similares entre ellos y ellas, que van cuajando en grupos opuestos para sortear el calvario de las nominaciones.

Y siempre las escenas de edredoning como punto caliente del espectáculo. Amores y desamores, calentones y manías se suceden en un programa que exprime al máximo escenas repetidas hasta la saciedad. Cambia la envoltura pero mantiene el hilo conductor de comportamientos humanos habituales del encierro en Guadalix de la Sierra, en un ejercicio de resistencia manido y sabido. Los datos de audiencia muestran el hundimiento de un programa otrora de éxito y sensación popular, con un 14% de share que preocupa seriamente a los responsables de Mediaset. Buscan un revulsivo que anime la triste existencia de Maico, Laura, Pilar y otros desesperados de la existencia que pululan por la tele como almas en pena.