Vencedores y vencidos
La refundación de Sortu, además del impulso organizativo que supone, ha dado pie a la difusión de las ideas-fuerza que desde un primer momento se están ocupando de socializar sus portavoces: la Independencia, la República Social Vasca y un Relato sin vencedores ni vencidos. En esta última consigna han incidido últimamente con insistencia Miren Zabaleta y Arkaitz Rodríguez, figuras emergentes tras finalizar la condena que siguió a su detención junto a Arnaldo Otegi y Rafa Díez en la operación contra Bateragune. Ambos, también, componentes del Consejo Nacional del Sortu refundado y, por ello, portavoces autorizados.
En entrevista emitida esta semana en Onda Vasca, Miren Zabaleta abogaba por “cerrar el ciclo de la violencia” y apostar por un relato que presente “una paz sin vencedores ni vencidos”. Así, en abstracto, esta definición podría pasar como socialmente aceptable; tan aceptable como lo de “por la paz un Avemaría”, locución que lo mismo puede expresar tolerancia que conformidad o, simplemente, hastío. Pero el inconveniente de que Miren Zabaleta, o Arkaitz Rodríguez, o cualquiera de los dirigentes de la izquierda abertzale promueva un relato sin vencedores ni vencidos es que se trata de un planteamiento de parte. Y a nadie se le escapa que a la parte que ellos representan le interesa pasar de puntillas sobre unos hechos demasiado recientes como para hacer borrón y cuenta nueva.
El relato, el embarazoso relato al que tantas vueltas se viene dando, no sé si será de vencedores pero lo que no cabe duda es que sí lo será de vencidos. Es fácil de entender la enorme dificultad que en política supone reconocer los errores cometidos, reconocer que no se tuvo razón en las estrategias, reconocer que durante décadas se estuvo equivocado, reconocerse a sí mismos como vencidos o claudicantes. De ahí que quienes erraron se resistan con todas sus fuerzas a que ese error figure en documentos para la historia.
La izquierda abertzale hoy representada casi exclusivamente en Sortu, no ha tenido más remedio que ir reconociendo sus errores aunque con más o menos disimulo y con una resistencia interna, minoritaria pero recalcitrante. Sortu tragó con la Ley de Partidos, con la partición administrativa de Euskal Herria, con la aceptación de las instituciones nacidas del Estatuto de Gernika, del Amejoramiento del Fuero y de la propia Constitución española, y con su participación normalizada en ellas. Si esta claudicación no es en sí misma condición de vencido, ya lo tendrían que explicar.
La sociedad vasca, de manera muy mayoritaria, señala a ETA como máxima culpable de cincuenta años de violencia en este país. Y no hace falta demasiados circunloquios para comprobar que ETA acabó por ser vencida, por más que haya demasiados aspirantes a atribuirse la condición de vencedores.
En mi opinión, no habría que apuntar como vencedores ni a la habilidad de las fuerzas policiales, ni a la parcialidad judicial, ni a la firmeza de los gobernantes españoles. Más me creo en el impulso resistente de la sociedad vasca, en la entereza de las víctimas, en el rechazo generalizado de la violencia como forma de reivindicación. Un rechazo que obligó a la izquierda abertzale a apartarse de la estrategia político-militar y, como consecuencia, a dejar de apoyarla y de darle cobertura política. Nunca lo reconocerán, pero saben que fue un grave error político y una irresponsabilidad ética.
No sé si todo esto formará parte del relato, ni si hay o no suficientes argumentos para que quienes apostaron por habilitar “todas las formas de lucha” para conseguir sus fines políticos asuman a día de hoy la condición de vencidos o, al menos, de radical e históricamente equivocados. Pero al menos es innegable el hecho es que ETA sí cuenta entre los vencidos.
ETA acabó sus cincuenta años de actividad violenta sin haber conseguido ninguno de sus objetivos, acabó en huida en desbandada, en sálvese quien pueda, con el agujero negro de centenares de personas presas y huidas, en un fracaso histórico fraguado con enorme sufrimiento colectivo del que la sociedad vasca le responsabiliza muy mayoritariamente.
Suena bien ese empeño de los portavoces de Sortu para elaborar un relato “sin vencedores ni vencidos”, pero no se puede obviar la realidad.
Por supuesto que nunca va a ser posible un relato unívoco, porque cuesta mucho reconocer la propia culpa y más aún reconocer la razón del contrario. Pero los datos son los datos y no estaría de más empezar por aceptar lo obvio.