Los domingos por la noche hay una pelea interesante entre Iker Jiménez y su impecable Sexto Milenio y el programa de Ana Pastor que se caracteriza por exprimir las entrevistas hasta poner al personaje en cuestión entre la espada y la pared, dado el estilo que repite Ana cada vez que tiene ocasión. Se podría decir que más que la entrevista son esas contradicciones que subraya en el cara a cara. La entrevista desde luego sirve también para ello y es frecuente que a todo entrevistado le hagan la pelota un rato antes de lanzar el dardo. Pero volviendo al enfrentamiento de horarios y formatos entre Iker y Ana, yo me acabo decantando por la segunda más que nada porque los temas de Jiménez me dejan tan acojonado que luego no pego ojo y ando escuchando cacofonías donde solo hay ruido de vecinos o viendo apariciones con cada reflejo de luz que veo por las noches. Ya me gustaría a mí no tener miedo y asistir como espectador a esos programas de Iker en los que muestran imágenes de fantasmas o llantos estremecedores de niños pero, lo siento, no puedo, tengo que cambiar de canal o apagar la tele directamente. No sé si esa será la razón por la que la mayor parte de las veces Ana Pastor vence en audiencia a Iker Jiménez, también puede ser que a este no le lleguen muchos temas nuevos y tenga que recurrir al tono del mítico Rodríguez de la Fuente para volver a los temas recurrentes; ya saben: avistamiento de ovnis, la enésima repetición de la incógnita sobre los vuelos desaparecidos en el Triángulo de las Bermudas, las misteriosas muertes de quienes profanaron las pirámides de Egipto. Temas que uno dejó sin resolver allá por la década de los ochenta y que hoy se retoman con el mismo tono de misterio y sin que se aporte información relevante nueva desde entonces. Pero tanto a Iker como a Ana hay que reconocerles el mérito de su interpretación. Ambos saben que su estilo es como un jardín que embellece y da valor a su trabajo. Y lo cultivan con éxito.
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