tras la explosión popular del 15-M parecía que las cosas iban a cambiar. El movimiento ciudadano de los indignados parecía anunciar ya en 2011 que las cosas iban a ser diferentes en política, que el hartazgo era tal que haría irrepetibles los antiguos vicios que arrumbaron a la clase política en el pozo séptico del desprestigio social. La irrupción de nuevos partidos parecía, también, poner coto a los antiguos usos y costumbres patrimonio de los dos grandes. Pero no. Ellos siguen jugando al mismo juego, al mismo nauseabundo ejercicio del mercadeo y el cambalache. Y, lo que es peor, parece que los principiantes han heredado los mismos vicios.
Después de medio año en un vacío institucional inducido por la incapacidad y la prepotencia, después de la pésima imagen que los grandes partidos habían trasladado a la ciudadanía, llega la primera escena del segundo acto y vuelven a repetirse los viejos tics. La constitución de la Mesa del Congreso español ha sido un modelo de compadreo, de oscurantismo, de favores de ida y vuelta, que confirma el abandono del espíritu del 15-M en el rincón del olvido.
Antes de entrar en el misterio de los diez votos anónimos, que tiene tela, hay que señalar con el dedo la reiteración de uno de los más repugnantes tics de la vieja política: las puertas giratorias. A través de una de ellas ha pasado una política chusquera, Ana Pastor, del cargo de ministra al de presidenta del Congreso, claro síntoma de que eso de la regeneración va a quedar en mero brindis al sol por parte del socio predilecto, Alberto Rivera. Este facha posmoderno que para ir haciéndose hueco venía renegando de Rajoy, del PP, de la corrupción y del bipartidismo.
La designación de los miembros de la Mesa del Congreso ha sido modélica, según los antiguos y repulsivos cánones del ejercicio de la vieja política. Para empezar, la elección de los miembros de la Mesa mediante voto secreto se presta al cambalache, al escaqueo, al trueque inconfesable. Y a nadie se le ocurrió evitarlo a tiempo cambiando el procedimiento, para descartar la tentación de falsificar por intereses partidistas -incluso particulares- el carácter primigenio de la composición de la Mesa: una representación basada en la proporcionalidad de los votos que, en realidad, no son otra cosa que el apoyo ciudadano.
En esta primera actuación institucional, Ciudadanos se ha quitado la careta de partido regenerador retratándose como mamporrero del PP, a cambio de quedar a la misma altura de PSOE y Unidos-Podemos en la Mesa. Y eso, de momento. Porque a nadie se le oculta que el partido de Rivera ha renunciado a sus ínfulas de modernidad y azote de Mariano Rajoy, se ha limpiado el trasero con el acuerdo imposible que firmó con el PSOE y tiene ya preparadas las arcas para cobrarse sus servicios.
En este juego de trileros, Unidos-Podemos sigue mordiéndole los talones al PSOE amagando primero con la presentación de su propio presidente de la Mesa para después retirarlo y apoyar in extremis a un Patxi López que ya ni sabía por dónde le daba el aire, quizá soñando con repetir tan alto cargo. De nuevo el juego de desgaste, aprovechando el acontecimiento institucional.
Y, luego, el misterio de los diez votos que apoyaron la propuesta del PP para la vicepresidencia y el resto de los puestos en la Mesa. Para PSOE y Unidos-Podemos no cabe duda: han sido los nacionalistas catalanes y vascos. CiU, PNV y Esquerra han salido al paso de este señalamiento: “Nosotros no hemos sido”. El PP, mientras tanto, calla. ¿Y otorga? Y vienen las cábalas numéricas demostrando que esos diez votos de más en apoyo a la propuesta del PP tuvieron que venir necesariamente de los nacionalistas señalados. Y se añaden las comprobaciones consiguientes: posibilidad de grupo para CiU, y un puesto en la Mesa del Senado para el PNV. Blanco y en botella. De nada sirven los argumentos de que la admisión a grupo para CiU es pura cortesía parlamentaria y que ya en la anterior y efímera legislatura el PNV ocupaba ese puesto en la Mesa del Senado.
Sea cierto o no que nacionalistas catalanes y vascos votaron en secreto a favor del PP, sea cierto o no que haya habido tránsfugas del PSOE como una repetición del tamayazo, el caso es que cualquier interpretación lleva a la conclusión de que se hizo a cambio de algo y que la política en este país sigue siendo un mercado persa en el que nadie se mueve gratis. Y tanto los que dan como los que reciben buscan por encima de todo sus propios intereses, que desgraciadamente casi nunca coinciden con los intereses de la ciudadanía.