no suelen ser los Cursos de Verano que se celebran todos los años en El Escorial especialmente atractivos para quienes desde Euskal Herria centramos la atención en las incipientes vacaciones, o en las fiestas patronales, o en la planificación del verano. Sin embargo, este año nuestros problemas han sido protagonistas intensamente mediáticos de las jornadas que organiza todos los veranos la Universidad Complutense. No es extraño, ya que el tema del curso era Propuestas de futuro para la convivencia en una Euskadi sin ETA. Con todo su morbo para la prensa celtibérica.

Había suscitado gran expectativa la presencia del lehendakari Iñigo Urkullu, teniendo en cuenta que no se prodiga demasiado en esas latitudes y que su conferencia iba a coincidir con un momento de ebullición postelectoral. Esta circunstancia provocó que se diera al discurso una interpretación equivocada y que el planteamiento expuesto por el lehendakari fuera traducido por los medios madrileños como condiciones del PNV para apoyar un futuro Gobierno del PP.

El lehendakari, sin embargo, se limitó a exponer una de las bases del programa con el que asumió la presidencia del Gobierno de Gasteiz: la pacificación definitiva y la consolidación de la convivencia. Trató del final de la dispersión de las personas presas y del final definitivo de ETA, que implican por una parte el cambio radical de la política penitenciaria y por otra el desarme y disolución de la organización armada. Interpeló Urkullu tanto al Gobierno español como a lo que quede de ETA. Y ello sin ninguna vinculación con los acuerdos postelectorales, ya que reiteradamente se lo había expuesto a Mariano Rajoy en los mismos términos sin que hubiera recibido respuesta alguna.

En esta ocasión, a la conferencia del lehendakari siguió una comparecencia en el mismo foro de los representantes de los partidos políticos vascos que, excepto el PP, coincidieron en manifestarse a favor del acercamiento de las personas presas al País Vasco. Andoni Ortuzar, Idoia Mendia, Julen Arzuaga y Nagua Alba coincidieron sin apenas matices en poner fin a la dispersión, mientras que Alfonso Alonso se aferraba al habitual discurso de que “la dispersión ha sido de gran utilidad para derrotar a ETA”. Discurso en el que poco después se reafirmaba berreando el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz.

Ya es hora de reconocer que ETA está ya derrotada, o desaparecida, o arrumbada en el desván de la historia. Ya es hora de admitir que la política penitenciaria que mantiene el Gobierno español del que Alonso es ministro tiene como objetivo la venganza y el puro interés partidista. Ya es hora de decir la verdad y reconocer el pánico que la dirección del PP tiene ante una reacción contraria de la derecha extrema y de algunos colectivos de víctimas, pánico electoral, por supuesto, en el caso de mostrar algún gesto que pueda ser interpretado como “debilidad ante el terrorismo”.

Independientemente del postureo de Alfonso Alonso en su empeño por reafirmarse en el abuso de la mayoría absoluta, no hay ya duda de que el Gobierno o lo que vaya a salir de estos meses en el limbo va a tener que pactar. Y, visto lo visto, ya ningún partido de la oposición mayoritaria, ninguna de las fuerzas con las que Rajoy se vea obligado a pactar, va a apoyar la política penitenciaria revanchista que sigue empecinada en la dispersión de los presos políticos vascos. Esta circunstancia, añadida a las nuevas directrices que desde la dirección de Sortu se les han dado en orden a su acogimiento de los beneficios penitenciarios legales, auguran un nuevo horizonte para los centenares que aún permanecen en reclusión dispersos por las cárceles del Estado.

El lehendakari Urkullu, en su conferencia, marcó el plazo de un año para el desarme de ETA. Un desarme que necesariamente llevaría a su disolución definitiva. Aun residual e inactiva, ETA sigue siendo el pretexto para mantener la dispersión y alguien tendrá que hacer ver a esa organización que su empeño en sentar a la mesa al Gobierno español ya sea para el desarme o para la disolución, no hace más que perpetuar la intransigencia de ese Gobierno.

En cualquier caso, hay expectativas de cambio en España, aunque solo se limite a la necesidad de pactos y al fin de la mayoría absoluta. Hay ya constatación del consenso entre todos los partidos vascos, al menos para acabar con la dispersión. Y en cuanto al empecinamiento del PP vasco, conforta saber que de puertas adentro, fuera del foco de los medios, sus dirigentes ya han comenzado a expresar su malestar por mantener una actitud que le sitúa en la marginalidad en la política vasca.