aparte de la ansiedad, la tristeza, la desubicación, el estreñimiento, el mareo, la irritabilidad, la inquietud, el dolor de estómago, los sudores, el insomnio, los sueños nocturnos, la confusión, el despiste, la depresión y la incapacidad para concentrarse más de cinco minutos en un sola cosa, lo de dejar de fumar son todo ventajas. Supongo que las iré descubriendo, aunque ahora solo vea un túnel muuuuy largo. Bueno, no, no sé si es largo o no, porque solo veo túnel y ni salida ni nada. Aunque en realidad lo que más complejo me está resultado de no fumar tras casi 30 años haciéndolo es que soy otra persona. Esto debería alegrarme, pero lo que está haciendo fundamentalmente es descolocarme, valga la redundancia. Vamos, que ya me había acostumbrado a toser, a tener olor en los dedos, en la ropa, a ahogarme si subía escaleras, a que me pesara la cabeza, a que se me agudizara la rinitis, a que los catarros me duraran un mes en lugar de tres días y, de repente, cuando ya te has acostumbrado a vivir en un cuerpo y una mente así, con todo contras pero a fin de cuentas tus contras, dejas unos días de fumar -solo llevo 17, me quedan unos 13.500 para llegar a los 80 años, que es cuando volveré a fumar- y el tipo que se despierta por las mañanas es otro. No me ahogo, no toso, no me duele la cabeza, me entra tanto puto oxígeno en el cuerpo que es como si tuviese ventanas y me da vueltas la cabeza, no sé qué coño hacer cada una de las 20 o 25 veces diarias que encendía un cigarro y, lo que es peor, todas estas sensaciones desagradables lejos de minimizarse parece que se ponen de acuerdo y apenas te dejan cinco minutos de sosiego al día. Antes, en cinco minutos así te encendías un truja y soltabas ¡y ahora un cigarrito pal pecho por lo bien que lo hemos hecho! o algo intelectual similar. Ahora, simplemente tengo nostalgia del futuro. Y qué lento es el cabrón.
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