Adiós a Águila Roja, una serie en la que se atreven a lo que haga falta. Lo mismo se quedan suspendidos un minuto en el aire mientras dan mandobles que se oponen a la independencia de Portugal. Y por lo visto en TVE, la cosa no cambia. Hablaba esta semana su director de que la cadena estaba sobredimensionada. Que había demasiados trabajadores para lo que hacían. Sobre todo porque desde un tiempo a esta parte, y desde que está el PP al frente, la tarea de los que manejan la televisión pública parece ser la de sacar a las productoras privadas lo que antes se hacía en la casa. Hablaba de que una tele no puede tener gente con talento en las nóminas. Eso sí: el talento lo paga a doblón en el mercado. Estos liberales de las empresas públicas tienen mucho morro. No se creen su función y, desde luego, no ejercen su gestión con responsabilidad. Parecen puestos para cerrar el chiringuito y repartírselo entre sus conocidos. El talento no es algo que brille en nuestra televisión actual. No hay más que ver que la gran novedad de la temporada es el programa de Bertín Osborne, un programa tan viejo que podría haberse hecho hace treinta años. Es más, al verlo; me retrotraería a mi adolescencia si no fuera porque, entre los entrevistados, hay gente mayor que es más joven que yo. Se acaba la legislatura y esperemos que con ella el tiempo del PP para hundir RTVE, que según el último EGM solo ven doce de cada cien espectadores. Y se acaba la legislatura con la posibilidad de que quien gane las elecciones sepa dar un giro a la tele pública de tal magnitud que obligue también a que el resto de las cadenas evolucionen. Desde luego, se parte desde muy abajo. En plena campaña, los debates electorales más destacados se han ido a las privadas como pago a no se sabe qué -yo desde luego no lo sé- apoyos. O va a ser que las privadas tienen más claro su papel de servicio público que esta engendro del PP, que prefiere despedir el talento porque, en realidad, no lo ven por ningún lado.