Pocas veces ha sido tan evidente el centralismo de los partidos con obediencia estatal, como en esta campaña para las elecciones generales. Por no mencionar, ni siquiera han recurrido a Cataluña y a su proceso soberanista para arañar votos tal como era de suponer. A Euskal Herria y sus problemas, ni están ni se les espera. Por si fuera poca la ya clásica rivalidad PP-PSOE que ha abonado las campañas electorales desde 1978, los poderes reales -mediáticos y económicos- esta vez han decidido multiplicar por dos la disputa por el poder central. Ciudadanos y Podemos, los bautizados como emergentes, han entrado en tromba reduciendo estos comicios a una pelea directa por el trono de La Moncloa.
Desde que Podemos surgió de la nada -o del caótico 15-M- y Ciutadans se convirtió en Ciudadanos para colonizar el espacio de la derecha española, comenzó a hablarse del fin del bipartidismo. Un riesgo que puso los pelos de punta a PP y PSOE, hasta el punto de que Felipe González propusiera abiertamente un pacto bilateral, la gran coalición, para que nada cambiase. Es decir, para que evitar a toda costa que el poder, hasta ahora retenido alternativamente por los dos partidos, pudiera correr el riesgo de difuminarse ante la irrupción de los emergentes. Por fortuna, pronto se alzaron voces socialistas advirtiendo que ese pacto equivaldría a un suicidio y la coalición de emergencia quedó aparcada. Pero nunca se sabe.
Desde la periferia contemplamos la partida y lo único que nos es permitido es especular sobre los pactos posibles. Por supuesto, sigue estando viva la hipótesis que uniría a PP y PSOE para entre ambos salvar los muebles -y repartírselos, claro-. Otra posibilidad, el acuerdo entre PP y Ciudadanos por una parte, o PSOE y Podemos por otra. También un tripartito PSOE-Ciudadanos-Podemos. O variantes de una u otra fórmula dependiendo de que el acuerdo sea para entrar en el Gobierno o para un apoyo parlamentario fijo o circunstancial, o limitado a la investidura.
A estas alturas, ni siquiera merece la pena arriesgar un vaticinio puesto que los únicos elementos que manejamos son las encuestas y los debates televisivos, argumentos ambos dependientes de interpretación interesada y de frágil fundamento.
En realidad, somos conscientes de que en todo este maremágnum especulativo tanto la Comunidad Autónoma Vasca como Nafarroa cuentan como convidados de piedra. Cierto que han desfilado o irán desfilando por aquí los candidatos más ilustres y que explicarán a ojo sus futuros desvelos por el bien de estas queridas comunidades, pero no nos engañemos: todos ellos saben que aquí tienen poco que rascar, que tanto PP, como PSE, como Podemos, como Ciudadanos, no van a cosechar demasiadas alegrías. Tampoco les importa, porque sus preocupaciones van por otro lado y lo que está en juego para ellos es gobernar España, la España Una e Indivisible. Un objetivo por el que están dándolo todo, multiplicándose en los medios, fajándose en debates y mítines, cantando y bailando si es preciso. Es su campaña.
Es evidente que nosotros jugamos en otra liga porque en la suya no se nos permite jugar y, no vamos a negarlo, porque tampoco pintamos mucho en ella. Estamos fuera de juego, pero sería presuntuoso negar que asistimos a ese partido con máximo interés, porque de su resultado depende en buena parte nuestro próximo futuro.
Las fuerzas políticas abertzales, que efectivamente están fuera de juego en esta pelea, tienen la obligación de defender los intereses de la CAV y de Nafarroa desde su manifiesta minoría en las Cortes españolas. Una defensa que históricamente ha sido rentable para este país cuando quien gobernaba necesitó el apoyo de esa minoría. La opción de no presentarse a estas elecciones o ausentarse del trabajo institucional en las Cortes es tan respetable como estéril.
Lo que nos queda, una vez finalizado el juego en el que no nos tuvieron en cuenta, es tomar posiciones según cuál sea el resultado final. Un Gobierno PP-Ciudadanos supondrá seguir en la misma línea inmovilista, si es que no acarrea un retroceso. Ante esta actitud, en la nueva legislatura tanto el Gobierno de Gasteiz como el de Nafarroa deberían insistir en llegar a acuerdos en materia de autogobierno y pacificación. Ello supondrá que habrá que acordar con quienes por lo menos defienden el derecho a decidir, al menos como teoría ideológica, y sobre todo habrá que endurecer las posturas y reivindicar con mayor firmeza institucional y social esos acuerdos necesarios. Si, por el contrario, se produjese un Gobierno alternativo (PSOE-Podemos), podría preverse un avance en los dos temas (autogobierno y pacificación) pero sin demasiadas esperanzas.
Esto es todo lo que da de sí este proceso electoral, en el que se nos ignora y al que nos toca asistir como meros espectadores.
Euskal Herria y sus problemas ni están ni se les espera en esta campaña electoral
Desde la periferia vemos la partida y lo único que nos es permitido es especular sobre pactos