En la comunidad de Madrid se debatió sobre la televisión pública. Si mantenerla o si lo mejor para todos es echar el cierre y hasta aquí hemos llegado. Desde el PP y Ciudadanos parece que están por la labor de ningunear la pública porque, digo yo, en realidad ya les basta con las privadas. Hay un sector de los espectadores que se está cansando de que se manipule la tele pública en función de quién gobierne. Ha quedado claro que el PP no quiere perder ni un minuto la posibilidad de interferir en la televisión de todos a su favor. Por eso, es meritorio el plante que le han dado al partido de Rajoy o Bárcenas o Aznar, para que dejen de interferir en el derecho en La 2, a informar libremente, sin imposiciones. Y es que ya es bien injusto que habiendo posibilidad de hacer de la televisión un ejercicio público similar a lo que los ingleses han ido construyendo con su BBC, ahora la alternativa a la manipulación sea echar el cierre. No se sabe qué ocurrirá con las televisiones públicas en los próximos años, pero está claro que hay mucha gente trabajando para su desaparición. Unos lo hacen imitando el modelo de las privadas convirtiéndola en un coto cerrado donde siempre aparecen los mismos. Una manera de hacer tele muy española y que también se copia en muchas autonómicas. En lugar de crear personajes propios se apuesta por los ya conocidos. La revolución televisiva está por llegar. Tenemos a Jordi Évole que es capaz de darle la vuelta cada temporada y, en su primer programa, ya ha advertido que un cara a cara entre dos políticos emergentes como Iglesias y Rivera puede ser la gran sorpresa de la temporada. Buscar esos lugares comunes en los que los espectadores echamos el mando como si fuera la caña con la que pescar unos minutos de televisión fresca, es una manera de hacerlo. En general, los críticos hablamos de televisión porque nos gusta el medio. No porque lo odiemos que es lo que parece pasarles a muchos políticos y productores de televisión.