hay dos tipos de años: los años que el Madrid gana la Champions y los que no. Los años que el Madrid gana la Champions -uno de los últimos 13-, el año se divide en la elaboración de la plantilla, el entrenador, las rondas previas, los cuartos, las semis, la final, el título, los recibimientos, las glorias y la preparación para reeditar el título. Estos hechos son permanentes -no hay descanso, es un ciclo perpetuo- y ocupan amplios y destacados espacios en televisiones, radios, prensa en papel, prensa digital y demás conductos. Los años que no -12 de los últimos 13 años-, todo eso es igual hasta que el Madrid cae -siempre cae, nunca juegan mejor los demás- y entonces el espacio que dejan títulos, glorias y celebraciones lo ocupa Florentino con sus ruedas de prensa, presentaciones, tejemanejes, proyectos y lo que sea menester. Si por un casual un Barcelona cualquiera sigue en competición y comete la osadía de ganar -lo que ha ocurrido tres veces en los últimos nueve años-, este hecho luctuoso sí que es recogido por esos mismos medios nacionales pero aproximadamente con un 50% menos de presencia -hay estudios, de Harvard, claro- y como un 5% de pasión, incluida la televisión pública. Si a esta circunstancia se le añade el hecho de que ese año tampoco el Madrid está en condiciones de ganar la Liga ni la Copa, diríase que a las redacciones deportivas del país con sede en Madrid les entra una pereza bíblica por lo que queda de temporada y muchas de ellas no piden el final de las competiciones aún en liza más por vergüenza ajena que por otra cosa, no por falta de ganas, aunque siempre encuentran salvavidas en Nadal y Roland Garros, Contador, Alonso, la Final a Cuatro de basket -si juega el Madrid- o lo que sea necesario que pueda minimizar el omnipresente papel del fútbol justo hasta el día en el que el Madrid cayó. A mí estos años me encantan, a qué mentir.