Tuve la suerte de asistir a la presentación de Sortu en el Palacio Euskalduna en febrero de 2011. Escuché primero a Rufi Etxeberria y después a Iñigo Iruin los principios políticos y jurídicos en que la nueva formación basaba su inclusión en el ámbito democrático. Escuché la aceptación de la legalidad vigente, incluida la Ley de Partidos, y el rechazo explícito del uso de la violencia con fines políticos, añadiendo la alusión expresa a ETA en este apartado. Escuché el aplauso cerrado de los asistentes al acto y detecté un sentimiento de emoción, incluso de alivio, en algunos rostros conocidos de la izquierda abertzale presentes en el salón. A la salida coincidí con un histórico militante, que como único comentario sobre lo allí vivido me dejó una inquietante interpretación: “Esto ha sido una tremenda bajada de pantalones”.

Cuatro años después tenemos a Sortu como partido legalizado, insertado en EH Bildu tras el indiscutible éxito electoral, ejerciendo más o menos directamente la gestión institucional y ostentando como vanguardia la inequívoca dirección de la izquierda abertzale histórica en su nueva concepción.

Nadie dijo que iba a ser fácil, y bien lo sabían los promotores del partido resultante de aquello que venía siendo durante décadas un movimiento. Nadie imaginaba sencillo el paso de la resistencia a la gestión. Nadie podía esperar ninguna comodidad para el ejercicio de la política entre quienes se habían acomodado al papel de contrapoder, y menos aún cuando en el muy meritorio cambio de estrategia quedaban sin resolver flecos tan relevantes como los centenares de presos y, la reparación de las víctimas de uno y otro lado como “consecuencias del conflicto”, la persistencia inactiva pero presente de ETA y la nula voluntad de los poderes del Estado para cerrar esa página negra de nuestra historia.

La marcha -modesta, pero significativa- convocada la semana pasada por ATA (Amnistia eta Askatasuna) a las cárceles de Puerto y Algeciras, con el precedente de aquella manifestación -también modesta, pero también significativa- convocada por el mismo colectivo en el Casco Viejo bilbaino al mismo tiempo que se celebraba la anual gran manifestación a convocatoria de Sare, deja claro que hay abierta una grieta en la nueva izquierda abertzale liderada por Sortu.

Añádanse a estas expresiones públicas de disidencia algunos oscuros episodios de kale borroka más o menos reivindicados por colectivos de apoyo a los presos sin que pueda por ello deducirse que hayan sido responsabilidad de este grupo. Y es que el objetivo de ATA es la reivindicación de la amnistía para presos y huidos y es notoria la presencia profusa de ATA en carteladas y reuniones de barrios, pueblos, fiestas, acontecimientos masivos y populares.

Amnistia ‘Ta Askatasuna ha dado un gran paso adelante con la citada marcha a las cárceles andaluzas, pero es preciso destacar la indignación que en las redes sociales han expresado sus adeptos por el silencio absoluto que han mantenido sobre esa acción medios supuestamente afines como Gara y Naiz. A tener en cuenta que, en contra de la estrategia oficial de Sortu y del EPPK, ATA no tiene tanto en cuenta el respeto a los derechos humanos de los presos como a su carácter político que, por serlo, merecen que el pueblo reivindique y consiga la amnistía sin verse obligados a renegar de su pasado.

Por otra parte, sobre el contenido ideológico del grupo disidente Ibil hay que decir que tiene una base mixta entre el radicalismo marxista y la necesidad de vuelta a la lucha armada. Ibil aspiraría a lograr las conexiones necesarias para rectificar el actual rumbo trazado y mantenido con mano firme por la dirección de Sortu. Podría decirse que Ibil se mueve en coordenadas de modificación de línea política, mientras que ATA se concentra en la salida de los presos.

Teniendo en cuenta la discreción con la que se manifiestan estas disidencias, es muy difícil cuantificarla y concretarla en sectores sociales aunque por su movilidad y disponibilidad puede deducirse que a ella se ha sumado gente mayoritariamente joven. No obstante, los mayores índices de nostalgia de la lucha armada pueden situarse en personas de edad avanzada que siempre han mostrado lealtad y hasta admiración hacia ETA.

De lo que parece no caber duda es del carácter minoritario de estas disidencias, incluso de sus dificultades de organización. No obstante, tampoco se trata de “unos cuantos blogueros” como en alguna ocasión se ha oído en expresión de dirigentes de la línea oficial. En cualquier caso, y para alivio de la inmensa mayoría de la sociedad vasca, no parece que las disidencias mencionadas puedan inquietar con riesgo de involución, ya que la línea trazada desde el inicio por los responsables de Sortu garantiza la evolución del viejo MLNV a una actividad democrática normalizada.

Las disidencias son lógicas en un sector político como la izquierda abertzale teniendo en cuenta el carácter “pelágico” de su red de adeptos, que abarca desde el marxismo leninismo a la socialdemocracia. Por supuesto en otro ámbito ideológico y salvando las distancias, algo parecido le ocurre al PP en su afán de incluir a la extrema derecha y al supuesto centro en su red pelágica.