Cualquiera que haya visto los vídeos en los que Kilian Jornet asciende -y sobre todo aquellos en los que desciende- diversas montañas como el Cervino, el Mont Blanc o el McKinley se ha quedado con la boca abierta y el cuello girando. Las condiciones físicas del extraterrestre catalán aseguran que son sobrehumanas. Es complejo negarlo viendo cómo sube y baja donde otros -y con suerte- reptan. Son ya varios años de exhibiciones espectaculares, que en unas semanas tratará de prolongar estableciendo el récord de ascenso y descenso del Aconcagua, la mayor altitud a la que se ha enfrentado hasta ahora. Sin embargo, el reto con mayúsculas que se ha planteado y que se espera para la próxima primavera no es el otro que el tratar de subir y bajar el Everest en el día: sin oxígeno, ni cuerdas fijas. Eso es algo que nadie ha hecho y que nadie se ha planteado, una especie de quimera de ciencia ficción que Jornet está preparando con enorme meticulosidad. El ascenso y descenso más rápido sin oxígeno ni cuerdas lo lograron hace ya 28 años Loretan y Troillet con un total de 43 horas, pero estamos hablando de una pareja que se turnaba para abrir huella. Lo que pretende Jornet es estratosférico, aunque él mejor que nadie sabe que hasta 6.000 metros uno puede ser Bolt y a partir de ahí convertirse en un mortal más. La resistencia a la altitud no se entrena, es genética. Se entrena la aclimatación, pero nadie asegura que por ser el más fuerte hasta 6.000 eso siga siendo así a partir de ahí, cuando ganar cada metro es una odisea. Y para subirse y bajarse en el día el Everest le hará falta eso y que se conjuguen todos los astros uno tras otro. Sería una proeza para admirar y una apuesta gigante, que dejaría casi en la insignificancia ascensos épicos del pasado. Entra la duda de si uno quiere contemplar algo así o que nadie minimice a sus dioses de siempre.