El laberinto navarro
no ha sorprendido que Yolanda Barcina haya dejado caer su disposición a repetir como candidata a la presidencia del Gobierno de Nafarroa. Ella misma se ha autoproclamado, sin ningún pronunciamiento del Consejo Político como procede. Esa arrogancia tiene mucho que ver con la correlación de fuerzas en el seno de UPN, las discordias aplazadas tras meses de cuchilladas con sordina, y con el carácter imperativo y soberbio de la presidenta, que le impulsa a crecerse ante la adversidad. La previsible candidatura de Barcina es, de momento, lo más definido ante unas elecciones autonómicas que se esperan apasionantes en la Comunidad Foral.
Hay que constatar el habitual desconocimiento que aquí se tiene de la realidad política navarra, y ello a pesar de que una inmensa mayoría de la sociedad vasca considera a Nafarroa como parte e incluso fundamento de Euskal Herria. A este desconocimiento quizá han contribuido factores impuestos como la desmembración institucional, o factores atávicos como el centralismo bizkaitarra, pero el caso es que los análisis que desde la CAV suelen hacerse sobre la política navarra están más basados en tópicos, en anécdotas y en escándalos que en un conocimiento concreto de lo que en realidad se mueve en la escena política del herrialde más extenso de nuestro país.
Nafarroa ha llegado a este punto, que puede ser crucial, después de tres décadas marcadas por la razón de Estado. Tres décadas que contemplaron la creación de Unión del Pueblo Navarro ideado por Jesús Aizpun como valladar obsesivo contra el nacionalismo vasco, un partido heredero del requeté más cerril y del caciquismo más rancio pero poderoso. A esa tarea se sumó el españolismo puro y duro, primero de UCD y luego del PP, siempre dispuesto a recoger las migajas del poder concedidas por UPN.
Tres décadas de un socialismo que puso miles de muertos por la represión fascista sin más recompensa que servir de mamporrero al navarrismo dominante, descolgándose en 1982 de su inicial vinculación al PSE para sumarse con entusiasmo al frente antinacionalista. Tocó poder el PSN, para su vergüenza, sumido en el puro papel de comparsa y sin levantar cabeza tras las tropelías de los Urralburu, Aragón, Roldán y demás mangantes.
Tres décadas de desintegración permanente de la izquierda histórica, que marcó el paso con fuerza durante la transición para irse fraccionando después.
Tres décadas de un nacionalismo vasco atacado por todos los flancos, incluso por sí mismo, que en Nafarroa fue centro de gravedad de la funesta escisión del PNV, mientras que la izquierda abertzale era arrinconada en su gueto bajo la acusación demasiadas veces fundada de connivencia con la brutal intervención de ETA.
Ese ha sido el escenario en el que se ha movido cómodamente la derecha extrema de UPN, apoyada por el PSN cuando así lo ha requerido la razón de Estado o la simple necesidad de tocar poder. Treinta años en los que han abundado los escándalos y las ruindades, hasta que se ha llegado a un punto de no retorno con una situación social de extrema gravedad, con un deterioro galopante de los servicios elementales, con irregularidades flagrantes en la administración foral presidida por una Yolanda Barcina dispuesta a reincidir.
Son tantos y tan intolerables los disparates políticos perpetrados por el Gobierno de UPN que es absolutamente necesario un cambio de progreso en la Comunidad Foral. De los sondeos conocidos se deducen dos conclusiones claras: que el cambio de progreso es posible y que ese cambio implica acuerdos interidentitarios.
Teniendo en cuenta el dato reiterado de que tanto UPN como PSN suelen lograr mejores resultados que los señalados por los sondeos, todo parece indicar que esta vez el vuelco va a ser posible. Claro que para ello va a ser necesario un acuerdo complicado, un acuerdo que hasta hoy no ha sido posible a pesar de la desastrosa gestión protagonizada por Yolanda Barcina al frente de uno de los gobiernos más incompetentes que ha presidido UPN.
Para lograr ese consenso, de aquí a mayo de 2015 hay que afrontar obstáculos que hoy parecen insalvables. El primero de ellos -teniendo en cuenta que la aritmética electoral así lo va a demandar-, es preciso que el PSN se sume al consenso con todas las garantías. La actual dirección de este partido ha exigido a la nueva ejecutiva federal respeto para sus decisiones y al parecer a ello se ha comprometido el nuevo secretario general, Pedro Sánchez. Su decisión, en este momento, es la de no pactar ni apoyar a UPN y comprometerse por lograr un cambio de progreso. Un pacto, en este caso, que conlleva el riesgo de acordar entre formaciones con sentimientos y principios identitarios diferentes. Y para aceptar este riesgo, que Izquierda-Ezkerra asumiría sin mayores dificultades, el PSN podría topar con la razón de Estado que UPN se ha encargado siempre de agitar en Madrid y con éxito hasta ahora.
A las elecciones de mayo de 2015 se debe llegar con un Bildu homologado, sin que pasados errores históricos le condenen a la contaminación perpetua para sacar provecho partidista. Aun así, por más cálculos optimistas que propague Bildu, la posibilidad de un cambio abertzale en Nafarroa es una quimera. Y ello no sólo por la pura aritmética, sino por la inercia beligerante y la desconfianza de esa coalición hacia Geroa Bai, otra de las fuerzas claves para el cambio.
Queda pendiente la incógnita de Podemos, otra de las fuerzas que sumada a la buena disposición permanente de Izquierda-Ezkerra habrá que sumar al bloque de progreso que desaloje de una vez a la derecha extrema que representa en Nafarroa Yolanda Barcina, hasta hoy la única candidata conocida. Queda también pendiente que los que sumen el bloque acierten con sus candidatos y de ello se hablará cuando toque.
Es complicado, muy complicado, pero no hay otra. Ahora, o nunca.