Algo les ocurre a los dirigentes de la derecha española, que cuando les toca relacionarse con las máximas autoridades mundiales tienden al baboseo y la servidumbre, e intentan sacar la cabeza basándose en la mera proximidad, en la arrogancia de quien se siente afortunado por habérsele permitido rozar al grande. Aquellas inolvidables escenas del eufórico José María Aznar compartiendo zapatos sobre la mesa con George Bush, aquella foto de las Azores, aquel sentirse magnífico entre los magníficos le mereció al presidente español la pena de compartir la gran mentira que llevaría al desastre de la invasión de Irak y a las dramáticas consecuencias del 11-M.
En ese mismo arrobamiento se ha encontrado Mariano Rajoy con la visita que le ha regalado Angela Merkel, verdadera jerarca de una Unión Europea que trata a escobazos a los estados miembros que pretenden contrariarle. La canciller alemana, más dama de hierro que nunca, se prestó a colmar la vanidad del presidente español y aceptó reunirse con Rajoy en Santiago, con los gastos pagados y alojamiento en el parador de los Reyes Católicos. Ha sido de ver con qué ardor ha ejercido el presidente español su acolitado, siguiendo tras la Merkel los pasos simbólicos del Camino, entrando con su eterno rostro estupefacto por el Pórtico de la Gloria tras la germana, entre fru-frús de faldones cardenalicios y humos de botafumeiro.
La Merkel, para qué nos vamos a engañar, vino a lo que vino, o sea, a asegurarse el apoyo del Gobierno español a las medidas económicas que sigue imponiendo en la UE, es decir, el apoyo a los intereses de los bancos y fondos de inversión alemanes. Como bien señalaba el diputado del PNV Pedro Azpiazu, "entre centollo y centollo" decidieron Merkel y Rajoy cómo sacar tajada de la visita, como decidieron Bush y Aznar el precio de aquella sentada en el rancho de Texas.
No cabe duda de que para Rajoy la visita de la Merkel fue como una experiencia religiosa. No cabía en sí de satisfacción cuando el intérprete iba desgranando las aleluyas de la canciller hacia la situación de la economía española, hacia el "ímpetu" con que Rajoy había acometido las reformas que se le impusieron y el buen rollo con el que había transcurrido el encuentro. Por supuesto, mudó en la habitual cara de póker cuando la Merkel le advirtió que, como estaba en el buen camino, sería necesario profundizar aún más en las medidas correctoras, o sea, nada de soltar la mano sino todo lo contrario.
Como compensación a esta visita, que coloca a Mariano entre los grandes aunque sea a la cola, la caudilla de Europa tomó nota de las súplicas del presidente español: ya que había demostrado la suficiente pleitesía, ya que se le había bendecido con los inciensos del Señor Santiago, ya que había catado el mejor marisco de las rías gallegas, doña Merkel, colóqueme a De Guindos y a Arias Cañete en pole position para que se vea que España pinta algo. El asunto se despachó con un cierto compromiso de la presidencia del Eurogrupo para Luis De Guindos, y una vaga promesa de que algo se haría por darle cargo a Cañete. Por supuesto, a nadie le cabe ninguna duda de que tanto De Guindos como Cañete son y serán fieles y disciplinados seguidores de las medidas austericidas de Angela Merkel.
Ya metidos en gastos, Rajoy quiso aprovechar la cordialidad del encuentro para solicitar a su ya amiga Angela que le echase una mano contra la sublevación catalana, un desafío intolerable y fuera de la ley. La intérprete dejó claro que lo que sucede en Catalunya es un problema interno español en el que no quiere implicarse, pero toreó el asunto diciendo que apoyaba lo declarado por Rajoy si es que se tratara de algo ilegal. Nada más. Pero suficiente para que tanto el Gobierno español como sus apéndices mediáticos proclamaran que la canciller se había manifestado contra la consulta del 9 de noviembre.
Resumiendo, que la visita de Angela Merkel no ha tenido otra intención que asegurarse un apoyo más, aunque sea un apoyo limitado por la escasa consistencia de España en la UE. Un apoyo a las medidas de férrea contención del déficit y del gasto público que la canciller alemana viene imponiendo al conjunto de los socios europeos, a las medidas que han llevado al empobrecimiento progresivo de esos países y a la pérdida de los derechos sociales más básicos. Unas medidas, por cierto, tan radicalmente ultraliberales que además de condicionar la calidad de vida de la ciudadanía europea son capaces de tumbar gobiernos como se ha comprobado en Francia.
Mariano Rajoy se ha sentido tan afortunado por haberse convertido unos días en acompañante y vasallo de tan poderosa dama, que ha aceptado sin pestañear la advertencia de que hay que seguir volteando la tuerca. Ya veremos por dónde va a apretar, si por las pensiones, el subsidio de paro, o los impuestos. Pero está feliz, porque ha logrado un cargo de relumbrón para sus dos compadres. O por lo menos para uno, para el más aparente. Cañete, pues mira, de momento que espere. Ah, y además está claro que a la Merkel no le gusta lo de Catalunya. Bueno, al menos así se lo quiere creer. Una visita de lujo.