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Una indecencia política

Tras el convulso congreso del PP vasco en el que hubo más cuchilladas que las públicamente conocidas, la reelegida presidenta Arantza Quiroga decidió dar un golpe de efecto para realzar su anodina figura política ofreciéndose como intermediaria entre el Gobierno español y el Gobierno Vasco. Nada menos. Era marzo, y las relaciones entre ambos ejecutivos se mantenían en la misma línea de distanciamiento que las caracteriza en esta legislatura.

Cuando el candoroso ofrecimiento de Quiroga fue diseccionado en las cocinas de Génova, el chef sociólogo de cámara Pedro Arriola volvió a sus viejos asesoramientos demoscópicos en la errónea convicción de que PP y PNV todavía comparten una franja de electores en Euskadi. De su viaje a Madrid volvió Quiroga anunciando que renunciaba a “utilizar su influencia” para tan cacareada intermediación, porque desde su cargo como presidenta del PP vasco iba a dedicarse a la batalla contra el nacionalismo. El nacionalismo vasco, por supuesto.

Contagiada por esta cruzada anunciada por su presidenta, y quizá para ganar puntos, la flamante secretaria general del PP vasco, Nerea Llanos, decidió chapotear en la inmundicia de corrupción representada por Jordi Pujol y poner en marcha el ventilador de la mierda en dirección al PNV.

Con tanto desparpajo como indecencia, y en su creencia de que los nacionalismos son todos iguales (menos el suyo, claro) dejó caer que en Euskadi podría estar ocurriendo algo parecido a Cataluña. Así, por la cara, con la sonrisa neocón y sin inmutarse. Rápido, muy rápido, ha aprendido la joven Nerea Llanos los vicios más repugnantes de la política española: el juego sucio, la calumnia impune, la patraña por si cuela, el infundio propagado sin pruebas contra el adversario.

Pero, puesto en marcha el ventilador por la novata, tomó la antorcha de la inmundicia política un perro viejo, Iñaki Oyarzábal, quien abundando en el chapoteo tan del gusto de la derecha española esparció la indecencia sin pruebas, según reconoció, esta vez que a ver de dónde y con qué el PNV tenía 200 sedes. Oyarzábal, despiadadamente marginado en el último congreso, quiso sacar la cabeza del pozo fustigando a ojo y por si cuela al PNV.

Esparcidos los infundios, calumnia que algo queda, de poco sirven los argumentos ni los desmentidos. A Nerea Llanos le importa poco que a su razonamiento de los 30 años de gobierno del PNV, la madre según ella de todas las corrupciones, se le desmienta con la realidad de la excepcionalidad en Euskadi de un Gobierno monocolor. Le da igual. No piensa rectificar ni parar el ventilador en marcha.

A Iñaki Oyarzábal nadie le va a quitar de la cabeza su obsesión sobre la proliferación de batzokis, por más que se le explique -y él lo sepa- cómo y a costa de qué sacrificios de los afiliados se han ido levantando las sedes después de la incautación alevosa perpetrada por el franquismo. Ellos, Llanos y Oyarzábal, ya han cumplido esparciendo la mierda por si otros se suben al carro, al que ya se ha subido el ubicuo representante de UPyD en su papel de mosca cojonera.

Hay quien recomienda denunciar a estos trileros de la política, llevar a los tribunales a los que esparcen calumnias aun reconociendo no tener pruebas, pero hay una arraigada jurisprudencia que aconseja no perder el tiempo y el dinero en querellarse contra una práctica indeseable que siempre acaba acogiéndose al argumento exculpatorio de la “crítica política”, en la que todo vale según la justicia española.

En cualquier caso, tanto a Nerea Llanos como a Iñaki Oyarzábal se les debería caer la cara de vergüenza por haber propagado estos infundios en su precampaña electoral, a poco que miren lo que está ocurriendo en su casa. Deberían haberse mordido la lengua teniendo en cuenta que sus tres últimos tesoreros están imputados por llevárselo crudo, cuando la sede de Génova ha sido registrada durante horas por mandato judicial, cuando acaban de entrar en la cárcel uno de sus ministros y un presidente de Diputación, cuando están siendo investigados y procesados decenas de cargos públicos y afiliados de su partido en el caso Gürtel.

Estos dos dirigentes del PP vasco, con una osadía que solo puede ser fruto del ataque de nervios por los vaticinios de las encuestas y con el cortoplacismo electoral que les caracteriza, han intentado inocular en Euskadi el virus de la corrupción de la política española calumniando para que algo quede. Afortunadamente, este es un país pequeño en el que todos nos conocemos y no van a calar las indecentes sospechas esparcidas por estos dos exponentes del peor estilo de la política al uso.

Comportamientos de esta calaña son los que llevan al descrédito de la política y a la preocupación que la ciudadanía expresa reiteradamente, advirtiendo que los políticos son uno de los problemas más graves que afectan a la sociedad.

Pero, por desgracia, Llanos y Oyarzábal no van a tomar nota. Y Arantza Quiroga, la de la sonrisa angelical y permanente, calla. Y otorga, claro.