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No quieren pasar página

resulta paradójico, por no decir desolador, que lo que parecía ser el final de una cruel historia y el inicio de una esperanza de futuro en paz, se haya convertido para algunos en un enquistamiento del odio, la venganza y el fanatismo, precisamente en quienes más directamente han sufrido la embestida de la violencia.

Va para tres años que ETA dejó de utilizar el terror para imponer su proyecto, tiempo en el que la inmensa mayoría de la sociedad vasca reconoce con alivio que las cosas han cambiado y desde las instituciones se intenta recuperar las bases de la convivencia y la reconciliación. Sin embargo, a medida que la paz se consolida y ni los más pesimistas creen que los violentos vayan a volver a las andadas, se comprueba que algunos colectivos se han atrincherado en una especie de ajuste de cuentas y no están dispuestos a pasar página. En esa misma actitud de rencor y de venganza persisten algunos poderes mediáticos con notable influencia en las decisiones de los políticos y en sus estrategias electorales.

Este choque entre quienes reconocen que los tiempos han cambiado, por supuesto para mejor, y quienes por cálculo político o beneficio personal se niegan a pasar página, ha tenido especial relevancia durante estos últimos días en espacios diferentes pero con una misma y exasperante actitud implacable.

Los Cursos de Verano de la Universidad Complutense se iniciaron con unas jornadas en las que se trató, entre otros temas, del fin de ETA y la convivencia en la sociedad vasca. Además del lehendakari Iñigo Urkullu han pasado por esa cátedra importantes personalidades del mundo de la judicatura y la cultura. Pues bien, nada más conocerse la temática inicial y los nombres de los participantes, el colectivo de apoyo a las víctimas de ETA Covite contraprogramaba organizando apresuradamente en la Universidad Camilo José Cela unas jornadas también sobre el fin de ETA pero, como puede suponerse, con un punto de vista absolutamente opuesto.

Covite, su presidenta y los ponentes -los habituales, por supuesto- de las jornadas de la Camilo José Cela están en su derecho, faltaría más, a organizar, o contraprogramar, o criticar lo que en la Complutense dijeran Urkullu o cualquiera de los ponentes, pero ha sido tal la desmesura con la que han vituperado sus opiniones sobre el fin de ETA y las bases para la convivencia en paz, que es pertinente una reflexión sobre los excesos verbales e ideológicos que estos colectivos expresan impunemente.

“Las víctimas siempre tienen la razón”, aquel disparate inventado por Jaime Mayor Oreja hace tres lustros, ha derivado en el despropósito, “el final de ETA tiene que estar gestionado desde la perspectiva de las víctimas”, que Consuelo Ordóñez reclama ahora. Una gestión que, visto lo visto y oído lo oído, tiene mucho más de venganza que de superación del enfrentamiento. Covite y algunos otros colectivos notorios como Fundación de Víctimas del Terrorismo o la AVT se han apropiado de una única versión del final del terrorismo, una versión que pasa por imponer su criterio punitivo con ETA o sin ETA.

Estos colectivos de elite, para quienes cualquier otro criterio es como mínimo ninguneado -véase la omisión de las víctimas del 11-M perpetrada por Mari Mar Blanco en el Congreso el Día de las Víctimas- confirman con su acritud y su intransigencia que, en acertada definición del catedrático Juanjo Álvarez, pretenden convertirse en “un agente político intocable” , en un lobby capaz de condicionar las decisiones de políticos, legisladores, magistrados y poderes fácticos.

Y cuando este lobby coincide con los más representativos protagonistas de la caverna mediática, con los opinadores más aplaudidos y recompensados mientras ETA seguía pegando tiros, estalla en los medios la cólera de los acomodados a la situación anterior. No hay más que comprobar la jauría de improperios que desató la sensata manifestación del portavoz de Podemos, Pablo Iglesias, reconociendo que la acción violenta e injusta de ETA tenía una explicación política. “No se puede decir bajo ningún concepto nada que pueda ser interpretado como favorable para ETA”, rugía con la vena a punto de reventar un tertuliano televisivo, como sosteniendo la mecha de la hoguera en la que hay que abrasar al terrorismo, a los terroristas, a los filoterroristas, a los nacionalistas y, ya de paso, a unos cuantos obispos. La misma reacción furibunda les espera a los jueces que en estos días se están pronunciando críticamente contra la política penitenciaria del Gobierno español.

Unos y otros, presuntos “agentes políticos intocables” y opinadores beneficiados por el poder, siguen empeñados en no pasar página, en imponer su doctrina de vencedores y vencidos. Porque, eso sí, ellos se han proclamado ya vencedores. Y ahí están, cómodos y prepotentes, agarrando a los poderes fácticos por donde te dije, anclados en un pasado de enfrentamiento y crispación del que unos y otros siguen beneficiándose.