El 12 de diciembre de 1972, tras la muerte el día anterior de Numa Turcatti, con sus espesas y enmarañadas barbas, sus sucias ropas y su juventud, Nando Parrado, Roberto Canessa y Antonio Vizintín abandonaron los restos del Fairchild y a los otros trece supervivientes del accidente aéreo en los Andes, dispuestos a buscar ayuda después de dos meses en las heladas montañas. Tras diez días, ascensos heroicos, 55 kilómetros y el regreso de Vizintín a la nave, Parrado y Canessa, al límite del agotamiento, aún más consumidos, todavía más andrajosos y barbudos, contactaron con Sergio Catalán, el arriero que les llevaría a ellos y al resto de regreso a la civilización. Casi 42 años después, cuando este abril se cumplen 40 años de la publicación del libro Viven, Parrado y Canessa se han reproducido por esporas y por millares y tenemos las calles hasta las cartolas de jóvenes y no tanto con el consabido look arrastrao: barbaza modo bosque, pelos revueltos, camisa normalmente de leñador -sin haber visto un hacha en la puta vida y mucho menos saber distinguir la parte que corta de la roma- y jeta de recién levantaos del interior del fuselaje. El otro día vimos uno especialmente denteroso y las palabras de mi rival, que es pacífica nivel final años 60, de donde viene todo esto, fueron: vaya mano de hostias tiene. Su pobre madre lavándole y planchándole los polos de Pedro del Hierro y este disfrazao de yogui. No es descartable que esta jauría de pelos desaparezca en pocos meses y en nada los mismos vayan rapados al cero, con la cara blanca Titanlux, camisas negras estilo Mao y con los ojos haciendo chiribitas. Todo es posible en este país, especialmente entre las clases medias-altas y altas, tan dispuestas antes a diferenciarse del resto y ahora a integrarse aunque solo sea por la estética impostada y con la cartera atestada. Mano de hostias es poco.