"Nos estaban haciendo calvos en las ventanillas del autobús" me contaba mi primo Jacobo el otro día-, "nos costó adelantarles un montón porque iban dos autobuses seguidos y al pasarles, en todas las ventanillas de los dos autobuses había culos de todos los tamaños".
Mi primo, su mujer y unas amigas estaban de excursión cultural por una carretera europea. Como el restaurante del que me habló se llamaba, creo, Au chapeau rouge, quiero suponer que era por la Francia interior. Después de dejar atrás aquellos autobuses, los excursionistas encontraron dicho restaurante y entraron a comer. Efectivamente, al rato los dos autobuses llegaron y del mismo una alegre muchachada, dos equipos de rugby del mismo club uno de mayores y otro infantil con sus entrenadores y algunos padres, se precipitó sobre las mesas.
"Pensamos en huir pero ¿dónde íbamos a encontrar otro sitio donde comer?" Así que, ciertamente asustados, se quedaron en el local. Aparte del inevitable ruido de unas decenas personas comiendo y bebiendo juntas, la comida no tuvo más anécdotas. Los niños no se levantaban, ni molestaban a los camareros, no gritaban ni venían a hacer gracias a nuestras mesas sino que se reían entre ellos mientras los mayores se comportaban normalmente. Luego el patrón nos dijo que iban a cantar y que preguntaban si eso podría molestarnos. ¡Los que nos acababan de enseñar el trasero nos pedían permiso para cantar! Acabamos cantando todos, claro ¡Qué raros sois los del rugby!