LAS series televisivas, en cualquiera de sus modalidades, ocupan muchas horas de las parrillas de programación y el éxito de una cadena gravita de forma clara sobre estas producciones y su acierto en el gusto de la audiencia. Una prueba palpable de este principio de funcionamiento de la oferta televisiva está en Vive cantando, una producción de Atresmedia que ha bajado la persiana hasta la próxima temporada, con éxito de público y crítica al construir amores y desamores, venturas y desventuras de familias de barrio que forman un puzzle impresionante por su carnadura real y auténtica, semana tras semana, con situaciones de la vida misma que cualquiera de nosotros puede sufrir en sus flácidas carnes, en este agobiante momento existencial. El jovencísimo Álvaro Ron, director de la mencionada serie, ha sabido sacar de cada actor los mejores registros para aplicarlos a personajes auténticos de guión que terminan haciéndose familiares, próximos y verdaderos. Desde la apabullante protagonista (María Castro) hasta vecinos, jóvenes, maduros y ancianos o el espectacular Manuel Galiana haciendo de viejecito que ha perdido el amor y la memoria. Entre todos van conformando unos tipos vivos, calientes, creíbles y presentes, en un rincón de barrio, con un típico bar de calamares y tortilla y viviendas decoradas con productos de Ikea y La Bamba. El escenario lo completan un karaoke de pueblo para matar las horas de aburrimiento y grisura en unas vidas azotadas por carencias de la crisis, un embarazo doble no deseado, una burguesita venida a menos que no quiere admitir la hiriente decadencia de la familia, un ladrón de fortuna desgraciada y un entrañable Gorka Otxoa que bordó las escenas de la operación y su tránsito afortunadamente frustrado, a la otra vida. Lástima de título que recuerda a Salomé y el festival de Eurovisión.
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