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Cría cuervos...

nos remontamos al año 1996, en plena campaña para las elecciones generales. José María Aznar no estaba dispuesto a que Felipe González repitiera victoria por tercera vez. Frente a un PSOE en caída libre tras el desgaste de dos legislaturas y cuarteado por los escándalos de Filesa, GAL y otras miserias, el candidato del PP decidió ir a por todas sin reparar en medios. Ni siquiera se le movió el bigote cuando proclamó su "todo vale" con tal de llegar al poder. Rompió arrogante el consenso de casi veinte años y anunció que utilizaría el terrorismo -entiéndase, el terrorismo y la política antiterrorista- como arma electoral contra el Gobierno socialista y su partido. El PP ganó las elecciones; por poco y en minoría, pero las ganó.

Y aquello fue el comienzo. Aznar y su partido entendieron que la irracionalidad violenta de ETA podía ser de inestimable utilidad para aglutinar el generalizado rechazo al terrorismo en torno a las víctimas y obtener de ellas un apetecible beneficio partidario. El brutal secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, concejal además del PP, provocó una respuesta crispada y unánime en la que participaron todos los partidos vascos a excepción de una izquierda abertzale todavía cautiva.

La conmoción provocada por aquel asesinato movilizó multitudes en todo el Estado y el PP no tardó en capitalizar aquella especie de sacudida ciudadana. Su estrategia se fue fraguando bajo la tutela de Jaime Mayor Oreja, ministro de Interior, que no reparó en gastos a la hora de ganarse voluntades mediáticas que exacerbasen los lógicos sentimientos de las víctimas, ni dudó en ir excluyendo de su círculo a toda formación política de izquierdas o con aspiraciones ajenas a la España una.

No eran de extrañar, por tanto, los furibundos abucheos a Raimon por cantar en catalán en el concierto en homenaje a Miguel Ángel Blanco celebrado en Madrid en septiembre de 1997. No solamente el idioma catalán fue abroncado, porque de la pitada no se libraron ni actores ni políticos progresistas presentes en aquel concierto de Las Ventas,

Se les veía venir. En 1981 se creó la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT), omnipresente no solamente en las movilizaciones contra ETA primero y ya de paso contra el nacionalismo, sino en el argumentario ideológico de los discursos políticos del Gobierno popular y en el impulso legislativo. Hasta tal punto las víctimas del terrorismo cobraron influencia en la gestión política, que para cuando los representantes genuinos de la cosa pública se dieron cuenta de su peso en las decisiones políticas ya era tarde.

"Las víctimas siempre tienen razón", fue el despropósito divulgado por Mayor Oreja que envalentonó aún más a la AVT y a las sucesivas organizaciones de apoyo a las víctimas, que acabó por convertirlas en una especie de poder fáctico ante el que han ido claudicando gobernantes, legisladores y magistrados. Un poder fáctico ante el que temblaban todos los responsables de campañas electorales de los dos grandes partidos, PP y PSOE, haciéndose el mismo cálculo electoral que se hizo Aznar en 1997.

"Las víctimas" han sido pretexto, argumento y muro contra el que se ha estrellado cualquier intento de humanizar las consecuencias del conflicto vasco. Mezclando el respetable sentimiento del dolor sufrido, dolor sin duda injusto, con el posicionamiento político del partido que les dio alas, a "las víctimas" hay que consentírseles todo. Hasta despreciar a la asociación de víctimas del 11-M, no sujeta a la sumisión de la AVT. Hasta presionar de manera destemplada a los gobernantes. Hasta exigirles que incumplan una sentencia judicial. Hasta obligarles a salir a la calle en manifestación. Hasta salirse con la suya con la solapada reprobación del Tribunal Europeo de Derechos Humanos bajo la rencorosa pancarta Por una Justicia con vencedores y vencidos.

El PP creó y alimentó el colectivo organizado de víctimas. También lo utilizó siempre que le ha sido de utilidad en su política antiterrorista; y aún más allá, siempre que le ha sido útil en su política general. Pero la deriva hacia su conversión en poder fáctico ha terminado por maniatar a su creador, hasta el punto que le ha bloqueado para cualquier iniciativa política, legislativa o judicial que no sea de su agrado.

Además, ese colectivo indefinido que suele denominarse "las víctimas" no solamente abarca el respetable y lógico sentimiento de los inmolados por ETA, sino que se ha extendido hacia las cavernas de la extrema derecha -que muy probablemente vota al PP- como puede comprobarse asomándose a algunas cadenas televisivas.

Y ahí les tenemos, los más insignes dirigentes del PP -también los vascos- cautivos, desfilando al paso de la oca y a la orden en la intolerable manifestación convocada por la AVT contra la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, nada menos. Allá van, aterrados ante la posibilidad de enojar a la criatura que ellos mismos criaron, no vayan a negarles los votos.