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Solo nos queda Tony Soprano

no O se trata de hacer un obituario. Más bien de decir que la semana pasada murió de un infarto James Gandolfini y es una ocasión para recordar la serie de televisión Los Soprano. Una serie quese ha convertido en una de las obras de culto de esta década. Y James Gandolfini en uno de los mejores actores de televisión de todos los tiempos. Y eso que su relación con el cine no tiene desperdicio. Entre otras películas recuerdo su escalofriante papel en Asesinato en 8 mm o también en Perdita Durango, de Álex de la Iglesia, por poner un ejemplo de una producción más cercana. Pero fue a partir del comienzo del milenio cuando conocimos al personaje Tony Soprano y cuando nació otra forma de hacer Elpadrino televisivo en la cadena americana HBO. Tony era especial: un loco, un gángster y además una persona normal. Gandolfini había nacido para interpretarlo y por eso le aportó esa genialidad con la que lo mismo estrangulaba a su rival con sus propias manos, se emocionaba por el gesto de su hijo o se meaba de miedo por un ruido en un cuarto a oscuras. Personaje y actor, Soprano y Galdolfini, estaban tocados de esa dualidad que se retroalimenta como le ocurriera a Derek Jacobi tartamudeando en la teatral Yo Claudio. También Los Soprano venía agraciado con la varita del talento de los guiones. Tal y como ocurrió con Twin Peaks, de los maestros David Lynch y Mark Frost, la misteriosa serie que siguió de manera obsesiva el asesinato de Laura Palmer. Ya ven que he sacado a relucir tres de las grandes series de la televisión, pero en géneros diferentes. Los Soprano tuvieron seis temporadas y a pesar de sus buenas críticas por aquí nunca cosecharon las grandes audiencias que lograron en otros países. Algo que indica que en nuestra televisión calidad y audiencia son dos polos opuestos que casi siempre se repelen.