LAS mentes pensantes de la crítica se preguntan cómo es posible que la misma empresa sea capaz de producir engendros como los de Luján Argüelles y sus muchachitos salidos de libido y al mismo tiempo poner en antena el puro espectáculo que se llama La voz y que con la conducción aminorada de Jesús Vázquez pone en movimiento a cuatro cantantes consagrados que hacen de jurado para encontrar una voz triunfito pero por un camino más espectáculo y menos reality. Un acierto consagrado por la audiencia millonaria que asistió al estreno con un registro de casi cinco millones de televidentes siguiendo venturas y desventuras de aspirantes que pasaron el corte y otros que se quedaron en el camino, pero todos sirvieron a la causa del show en su primera entrega. Y todo ello con la magia y habilidad de contar que tienen cámaras y realizadores de la casa cuando se embarcan en un proyecto que tiene muy buena pinta y que busca convertir a aspirantes a la fama en personajes de unas noches donde la música ocupa lugar relevante, con dos maestros de ceremonias, Bisbal y Melendi y dos sacerdotisas de la canción, Rosario y Malú, que se desenvuelven con gracejo y soltura en sus galácticos sillones que giran y giran, tras activar el botón rojo del acceso del aspirante al equipo de uno de los cuatro jurados. Ingenuidad, potencia de voz, personalidad, ilusión desbordada, nervios a tope y ritmo, mucho ritmo en un programa que marcará la presente temporada recién inaugurada. Los de Mediaset han pegado el pelotazo y un contenido viejo, buscar nuevas voces, en un formato nuevo ha servido para colmar las cifras de un programa de puro espectáculo. En la tele, ciertamente todo está inventado, pero la originalidad en la presentación y la innovación en los tiempos son elementos claves para dar en la diana del gusto de los públicos masificados. Así de sencillo.