ME duele y seguramente no habría que escribir estas cosas, pero es que el tono mortecino que le dieron al estreno del Festival de Cine de Donostia fue superior a mis fuerzas. José Coronado actuó de anfitrión modulando una voz que más que para un festival parecía un profesor de maestro de ceremonias. A la actriz Bárbara Goenaga le tocó la parte difícil: acompañar al divo y soportar sus desaires. La alegría no llegó tampoco con la aportación de Cayetana Guillén Cuervo, que más parecía en su papel de El abuelo de Garci desheredando a Fernando Fernán Gómez. Pero ¡qué difícil es hacer este tipo de galas! Da igual que sea una entrega de premios o una clausura. Hay un espacio entre el directo de la sala y el directo de la cámara de televisión que muy pocos son capaces de llenar. Es como esas conexiones de guerra en los informativos, que cuando uno pregunta, el corresponsal ya ha cambiado de tema. En los directos de las galas se produce un silencio tan activo que rompe cualquier posibilidad de que las risas a los chistes del teatro y de las de la tele coincidan. Y claro, así no se puede.
Además, el guion que Coronado se aprendió de manera profesional, con tono de alumno aventajado, fue tan frío y distante que no había manera de identificarse con él. La ceremonia de inauguración se merece un poco más de calor y algo más de imaginación. Lástima tener que hacer una crítica tan dura de un gran acontecimiento como fue la retransmisión de la apertura del festival. Una pena que una vez puestos todos esos artistas y trabajados tantos aspectos, no se le diera un poco más de importancia a su elaboración. Hay precedentes: la del año pasado sin ir más lejos, con la música de Luis Eduardo Aute y su Cine, cine, cine, más cine por favor. Memorable.