LA nocturnidad de alguno de los recortes del PP hace que los ciudadanos comiencen a tomar precauciones. Este gobierno está echando la mano a la cartera de la clases bajas y medias sin ningún pudor. La subida de 17 puntos de los impuestos al material escolar es la última rapiña que se ha propuesto Rajoy ( algunos le nombran como Dedoslargos) contra los aledaños al derecho a la educación. Y luego está la tele, claro. Ahora salen los despilfarros de Canal 9, el canal público valenciano echa de golpe a 1.300 trabajadores. Un cadena seguramente sobredimensionada y al servicio de la mayoría absoluta del partido en el Gobierno. La coincidencia de su quiebra con el rescate que ha pedido Valencia es un insulto. Habla bien claro de la manera en la que esta comunidad ha despilfarrado los recursos y ha insistido en la corrupción como estrategia para mantener en el poder a una clase política que hace lo que haga falta para quedarse eternamente.
Poco a poco se va conociendo el relevo que el PP está haciendo de los profesionales de RTVE. Un espectáculo triste que da qué pensar sobre la necesidad de la radio y la televisión publicas. Entes que, en lugar de elegir entre los mejores profesionales, seleccionan sus mandatarios entre los que más lejos sepan llevar los intereses partidarios. La tele pública con este concepto es una simple herramienta propagandística y ahora también un medio con el que pagar los favores electorales. Entre la televisión política y la del corazón, están sentando las bases para que, en el futuro, la gente huya de este medio como de la peste. Internet está ahí, esperando que estos dinosaurios se ahoguen en su propia soberbia y se desplomen por sí solos. Si la libertad de expresión no está en televisión, los espectadores no tendremos más remedio que ir a buscarla en otros medios.