EL pasado fin de semana se hicieron públicas las conclusiones del debate mantenido por el Colectivo de Presos Políticos Vascos (EPPK), en un acto protagonizado por la izquierda aber-tzale y con la escenografía habitual. Sorprende que un mensaje que los organizadores del acto habían anunciado como "histórico" no haya ocupado más de un par de días de reacciones en los medios y siete días más tarde ya haya pasado casi al olvido.

Es necesario puntualizar que la mayor parte de esas reacciones políticas y mediáticas parten de una premisa equivocada, quizá deliberadamente equivocada, atribuyendo al colectivo la representación de "los presos de ETA", cuando más de un tercio de los representados por el EPPK permanecen en la cárcel sin que se haya demostrado su pertenencia a ETA y buena parte de ellos están en prisión por dedicarse al ejercicio de la política. Con la misma intención, y en el debate mediático, se defienden posiciones contrarias al EPPK generalizando que están presos "por haber asesinado". Es lo que tiene la perversión del lenguaje por puro aprovechamiento político. Independientemente del escaso interés que han provocado en la sociedad vasca las conclusiones del debate de los presos, por pura higiene democrática y por interés humano es necesaria una reflexión sobre esos centenares de personas que configuran el EPPK y que permanecen en múltiples cárceles españolas y francesas. La primera reflexión, lógica, es que cada una de ellas representa un drama personal, familiar y social.

La estancia de una persona en prisión, más allá de su fundamento legal, supone su aniquilación como individuo. El preso no es nadie, no es nada, nunca tiene razón. Los días en la cárcel son infinitamente iguales. Los vínculos familiares y afectivos quedan cruelmente limitados y confinados a la visita fugaz o al gélido vis a vis. El preso ve pasar el tiempo, comprueba cómo se le escapa entre los dedos entre el amanecer sobresaltado y el toque de silencio por la noche. En el EPPK hay personas que llevan en la cárcel lustros y hasta decenios y soportan el castigo adicional e injusto de la dispersión, que supone una aflicción añadida por el trastorno y el sacrificio ampliado a sus familias. Las hay que permanecen en prisión el tiempo suficiente como para que su reintegración a la vida en libertad sea complicada, no solamente por las dificultades laborales con las que se encuentran, sino también por el daño psicológico que supone la vuelta a una realidad para la que quizá no estén preparados. En el EPPK hay personas que han pasado en la cárcel buena parte de los que teóricamente deberían ser los años más importantes de su vida. Muchos de ellos entraron a prisión en plena, quizá su primera juventud, y salieron, o saldrán, en su muy avanzada madurez y hasta en el umbral de la tercera edad. En el EPPK hay una mayoría de personas que por pura supervivencia mental tienen la convicción de que la sociedad vasca les debe mucho. Una convicción sustentada en el hecho de que un sector importante de la sociedad vasca, a su vez, mantiene también la creencia de que está en deuda con el EPPK. En el EPPK hay personas que creen que hicieron lo que debían hacer, y por eso no hay lugar para el arrepentimiento. Que una cosa es reconocer el daño causado y otra, muy distinta, reconocer que ese daño nunca debía haberse causado porque no había ninguna razón para causarlo. Lo cual no significa arrepentirse, sino asumir el error.

En su convicción, en la supuesta épica de 40 años de lucha por la liberación de Euskal Herria, el EPPK se atribuye la condición de agente político tanto en su actual situación de reclusión como en la deseada amnistía que les hubiera devuelto a la vida en libertad. Pero la dura realidad es que a la inmensa mayoría de la sociedad vasca no le han impresionado demasiado las conclusiones de su debate; que tampoco cree que esté en deuda con ellos, ni mucho menos; que solo saldrán en libertad si se acogen de una vez a los criterios legales impuestos por el poder español -y/o francés-; que lo harán de uno en uno, por más que pretendan camuflar esa nueva derrota como amnistía "en términos políticos"; que a estas alturas va a ser muy difícil que la solidaridad con ellos se extienda más allá de sus familias, sus allegados y ese sector social que persevera admirablemente cada semana en su conmovedora procesión de apoyo. No ha supuesto ninguna conmoción social el manifiesto del EPPK. Tampoco va a aliviar la situación de los componentes del colectivo que, sin duda, supone una tragedia para un pueblo tan pequeño como el vasco. Tampoco va a conmover al Gobierno español, al partido que lo sustenta y a los colectivos de víctimas que se dejaron instrumentalizar.

Ellos, los del EPPK, siguen tachando números del calendario y muchos añorando la juventud perdida. La pregunta es si todo ello, el dolor causado y el dolor sentido, sirvió para algo.