Tras evitar poner un cortafuegos a la crisis griega hace dos años, las instituciones europeas (en realidad, una decisión casi unilateral de Alemania) han propiciado la situación de zozobra actual, sin rumbo, constantemente parcheando soluciones incoherentes y costosas. Y lo que es más grave, atentando al método y al espíritu comunitario-europeo en la toma de decisiones, ancladas ahora en el bilateralismo frente al necesario actuar conjunto y mancomunado de los Estados, y con un rebrote anárquico de autarquía estatal, de dominio abrumador del peso de lo intergubernamental (los Estados) sobre la idea política de Europa como superadora de la mera suma de egoísmos estatales.

Europa camina a la deriva. La crisis ha gripado el motor de la solidaridad. Cada vez es más tentador (y peligroso para nuestro futuro colectivo) pensar en el sálvese quien pueda, el retorno al proteccionismo, a la autarquía. Por eso, más que nunca, hemos de echar la mirada atrás y pensar para qué nació Europa.

De forma brillante el profesor Gurutz Jáuregui definió tres sistemas que han logrado geopolíticamente imponer su supremacía. Europa debe decantarse por alguno de ellos. El primer ejemplo vino históricamente aportado por el viejo imperio romano. Logró, por el peso de su supremacía militar, imponerse a base de conquistas. La forma moderna de esta supremacía estuvo representada por EEUU en la era del presidente Bush Jr., anclada en el unilateralismo y el uso brutal de su poderío militar despreciando la legalidad internacional. ¿Alguien se acuerda hoy de Irak o Afganistán?

El segundo modelo de dominación geopolítica del mundo vino representado por los fenicios. Florecieron gracias a las relaciones comerciales y lograron imponer su modelo al mundo mediante su abrumadora supremacía comercial. Hoy día, los Estados del sudeste asiático (China o India, entre otros) representan la versión moderna.

¿Y Europa? Ni podemos ni queremos asociarnos al modelo de liderazgo basado en la fuerza militar, ni desde luego podemos pretender competir con los reyes del todo a cien: reducir salarios, despedir empleados, abaratar costes de producción no nos hace en realidad más competitivos, sino que acaba con el modelo social europeo y nunca va a posibilitar que compitamos con el dumping social que practican los asiáticos.

¿Dónde ubicarse? En el tercer modelo histórico de dominación geopolítica del mundo, el de la ahora denostada Grecia: la Grecia de los valores, de la democracia, de los derechos y de los principios democráticos. Podemos y debemos ahondar en este modelo, sin desnaturalizar nuestro sistema de protección social.

Ha de cobrar protagonismo el ritmo y el liderazgo político, pero ha de ser una política que supere la mera improvisación inteligente del "ir tirando", la simple agitación en superficie, esa falsa movilidad como señuelo para que en realidad nada cambie.

La política ha de ocupar el primer plano de las decisiones económicas, y pese a que la clase dirigente tiene problemas para atender en tiempo real a cada una de las consecuencias derivadas en serie de esta crisis, debido probablemente a que hasta el momento han buscado las causas de la misma exclusivamente en el sistema financiero, hay que elaborar reglas que hagan primar la democracia sobre los mercados. Por todo ello, más que nunca, es el tiempo de la política, es hora de hacer política de verdad para ganar el pulso a los mercados. Nuestro futuro (y la superación de este duro presente) depende de ello.

Los políticos no pueden olvidarnos, no pueden renunciar a gobernar y a tomar decisiones pensando en sus ciudadanos, no pueden comportarse como fríos tecnócratas o meros ejecutores de decisiones gestadas en el seno de foros técnicos, solo en apariencia asépticos y que se guían por la lógica de los mercados. El papel del político reside en idear las reglas, elaborar las leyes y hacer que se cumplan: en este caso, evitar que los especuladores especulen.

Todavía estamos a tiempo. Reflexionemos... ¡y reaccionemos!