se ha cumplido un año de la jornada electoral del 22 de mayo de 2011, cuya nota más significativa fue el notable éxito de la izquierda aber-tzale que lideraba la coalición Bildu. Lógica reacción a las sucesivas ilegalizaciones a la que fue sometida, la opción tradicionalmente representada por Batasuna atrajo a 276.134 votantes en la CAV y a 36.964 en Nafarroa logrando el mayor éxito de su historia.
El éxito de Bildu, segunda lista más votada en la CAV y tercera en Nafarroa, supuso un notable acrecentamiento de su poder institucional hasta entonces limitado a localidades muy concretas y poco populosas, cuando aún podía participar en los comicios. Sin olvidar los 1.138 electos logrados en Hego Euskal Herria y el centenar largo de alcaldías que ostenta, la fuerza institucional de Bildu se ha concretado fundamentalmente, simbólicamente, en el Ayuntamiento de Donostia y en la Diputación de Gipuzkoa. En ambas entidades, aunque en minoría, la coalición abertzale es por primera vez responsable de su gestión en un momento delicado marcado profundamente por la crisis económica.
Ha transcurrido un año desde que Martin Garitano y Juan Karlos Izagirre empuñasen el bastón de mando quizá sin esperarlo -a veces las dificultades impuestas por la ley obligan a la improvisación- y da la impresión de que no tienen una idea clara de lo que tienen que hacer desde su nueva situación. Porque es muy complicado pasar casi de golpe de la resistencia a la gestión, y fabricar de la nada un proyecto de ciudad o de territorio.
Garitano e Izagirre, por personalizar el nuevo poder de Bildu, provienen de una cultura política basada en el trabajo a la contra, en el rechazo radical al modelo de sociedad creado y sostenido por ideologías adversarias, en la contraposición inflexible de los valores establecidos por quienes durante décadas han controlado las estructuras de poder. Esta cultura política ha sido mantenida de manera implacable, casi sectaria, con base en consignas maximalistas y rotundas, a través de un intenso adoctrinamiento y una admirable capacidad de movilización. Ni un paso atrás. Han sido décadas de consignas, de marchas "anti", de pancartas y de acciones espectaculares, lamentablemente secundadas en ocasiones por la irrupción de una violencia que provocaba el rechazo a unas reivindicaciones legítimas.
El hecho es que Bildu, ahora, tiene la obligación de convertir en positiva su histórica vocación de ir a la contra. Ahora no le queda otra que gestionar el mandato electoral de acuerdo a sus principios, y no le está resultando nada fácil. Para ese sector social resultaba relativamente cómodo asentar su posicionamiento político en el NO. La oposición radical al Tren de Alta Velocidad, a la incineradora, al puerto exterior de Pasaia, pasó de desacuerdo a tótem, de consigna a posición estratégica. Son proyectos discutibles, en cuya oposición la izquierda abertzale se ha sentido cómoda y sus seguidores motivados durante todos estos años. Ahora, desde el poder o, al menos, desde la responsabilidad de gestión, tiene la difícil tarea de plantear esa oposición en positivo, es decir, presentar proyectos alternativos que sean viables y cuenten con el apoyo de la mayoría de la sociedad, no solo con el de sus votantes.
Es hora de dar trigo, que ya está bien de predicar. No están los tiempos para justificar decisiones -o indecisiones- basadas en la ingenuidad, o en el maximalismo, o en la soflama mil veces repetida. Es hora de plantear en positivo las soluciones a todos los proyectos rechazados, y plantearlas desde el realismo. Es hora de que se atienda a la voluntad mayoritariamente expresada por los representantes políticos en relación con las infraestructuras con las que Bildu no está de acuerdo, aunque ello suponga renunciar a unos principios estratégicos que ha convertido en irrenunciables y sometidos a la implacable presión de sus bases.
La gobernanza está basada en el diálogo, la transacción y el acuerdo compartido. Ya no vale seguir predicando la oposición frontal e irrevocable a los proyectos ajenos, ni al vigente entramado institucional, ni a la realidad socioeconómica de este país. Si no les gusta esta sociedad, vayan creando las bases para otro modelo. Pero háganlo.
Un año después, Bildu tiene la obligación de dar el trigo de sus proyectos ante la crisis, por supuesto con un programa mucho más concreto y realista que el presentado por Martin Garitano. A estas alturas, solucionar la crisis y lograr la resolución del conflicto como ejes de su actuación son principios tan cándidos e inútiles como fomentar que los ciudadanos sean justos y benéficos, según pretendía la Constitución española de 1812. Plantear como declaración de intenciones la defensa numantina de sus consignas históricas sin más concreciones es, sencillamente, perder el tiempo.