no hay dudas. Comienza la campaña electoral. Y la inicia el propio lehendakari, Patxi López, más preocupado por generar un titular que por trabajar con discreción y profesionalidad desde la alta representación institucional que ostenta. El lehendakari ha advertido de que el regreso a un gobierno nacionalista en Euskadi supondría "la vuelta al pasado de la confrontación y la bronca permanente" porque se recuperaría la búsqueda de la independencia del País Vasco, cuando a su juicio "no es ese el debate que necesitan los vascos".

El argumento es recurrente: contraponer falsamente pragmatismo socialista frente a ilusorias reivindicaciones nacionalistas. Patxi López vuelve a afirmar, de nuevo, que los tres años de Ejecutivo socialista han supuesto un cambio de "agenda" en la política vasca y situar las actuaciones del Gobierno "donde están las prioridades de la ciudadanía: la economía, el empleo, la educación, la sanidad". Las consecuencias de la crisis económica -ha insistido- son los problemas "de verdad" de los vascos, y ante ellos es necesaria "la búsqueda de consensos" políticos.

Frente a tal retórica y hueca argumentación, cabe demostrar y afirmar que pragmatismo político e identidad nacional integran un binomio perfectamente conciliable. Sumidos ya en el final del supuesto nuevo ciclo que hemos vivido en Euskadi parece adquirir de nuevo protagonismo un modelo de dialéctica política acusatoria basada en la argumentación a contrario. De hecho, toda la hueca retórica que impregnaba el pacto entre PP y PSE ofrece numerosos ejemplos de esta postmoderna técnica de formulación de reproches carentes de base probatoria, dirigidos a los anteriores titulares del Gobierno vasco.

Cuando se afirma que hoy día ya no se cuestiona el sistema y los fundamentos del Estado de Derecho en Euskadi, se persigue en realidad identificar el actuar de anteriores Gobiernos de Euskadi con el antisistema, con la ruptura del modelo institucional preestablecido, y en realidad ambos discursos, el del PSE y el del PP, persiguen ahormar y domar el sentimiento identitario vasco, fagocitándolo bajo la aséptica invocación del Estado y del respeto a las reglas establecidas. Nadie desde anteriores gobiernos ha subvertido el orden establecido. Tener un proyecto político y defenderlo, siempre que se cuente con el respaldo social necesario y se haga a través de los cauces legales establecidos, representa la norma suprema de la convivencia en democracia.

Pretender identificar normalidad democrática con armonización, subsumiendo el sentimiento identitario vasco bajo la mimética forma de entender el hecho territorial español, y presentar tal civilización del discurso político como la prueba de modernización de la política vasca, esconde el deseo de minusvalorar lo vasco, por rebelde, salvo que el planteamiento político coincida con su formulación homologadora.

Euskadi necesita exactamente lo contrario: requiere, como está proponiendo paso a paso el presidente del EBB Iñigo Urkullu, un mensaje en positivo, de construcción. Sobran mensajes negativos y de enfrentamiento victimista como el que emplean permanentemente quienes están al frente del Gobierno vasco, aunque de facto no gobiernan ni lideran. Una sociedad decepcionada es el resultado de una suma de expectativas individuales frustradas, desencantadas. Y frente al individualismo (que tan bien ha descrito y estudiado Lipovetsky) aquí hemos de pensar en colectivo, como nación, como país. Sin ansiedad, sin sectarismos, sin imposiciones, sin prepotencias, con la humildad del que huye de narcisismos mediáticos y de arrogancias tan al uso hoy día.

Hemos de ser capaces de construir una nueva ciudadanía multinacional, un nuevo concepto de ciudadanía que permita y promueva el respeto a las identidades nacionales (en plural), y que suponga el corolario social de un concepto de soberanía fragmentada y compartida. Demonizar la reivindicación de la autodeterminación por el simplismo de identificarla con el derecho de secesión es perder el tren de los tiempos que llegan en el mundo (y que llegarán a Euskadi). Hablar de autodeterminación y de autogobierno es hablar del derecho al desarrollo de medidas de autonomía política que en lugar de debilitar fortalezcan.

La teoría política moderna nació gracias a Maquiavelo, para quien ya en el siglo XVI, cuando escribió El Príncipe, el arte de la política se reducía a una única cosa: conquistar el poder. Esto siempre se cita. ¡Pero también separó política y moral! Y, frente a la "virtud" del político hipócrita, hábil en la mentira y en la negación que Maquiavelo ensalzaba, me permito reivindicar ahora un nuevo pacto entre sociedad y clase política, basada en la sinceridad, en ir de frente. Seré ingenuo, pero creo que es el momento de este tipo de políticos. Tenemos meses de campaña por delante para apreciar y valorar quiénes deben gobernarnos y liderar el futuro colectivo de este país. ¡Valoremos, pues, y votemos democráticamente! Y, cuanto antes, mejor.