EL lehendakari Patxi López ya ha comenzado la campaña. Autonominado candidato, parece que da por bueno el adelanto electoral reiteradamente desmentido desde que el deterioro de su Gobierno trasladó a la sociedad vasca la convicción de que no agotaría la legislatura. Por si acaso, López ya ha celebrado su primer bolo. Y ha sido en Madrid, en uno de esos desayunos con la prensa amiga que se suele despachar sin sobresaltos.

Las declaraciones de López, de evidente tinte electoral, fueron hechas en un ambiente propicio para él. Está más que comprobado que el lehendakari goza de una excelente reputación fuera de Euskadi, porque se le considera una especie de Viriato que reconquistó para la unidad patria ese territorio irredento asolado por el secesionismo terrorista. Han sido muchos años de desinformación, de manipulación interesada de la realidad vasca, como para convertir en héroe a quien disimuló un fracaso electoral convirtiéndolo en triunfo gracias al pacto con su máximo adversario y la aritmética tras unas elecciones trucadas.

López es el paladín que cerró el paso al perverso Ibarretxe, ese etarra camuflado que pretendía consultar a los vascos para decidir sobre su estatus político y jurídico, ahí es nada. Un Ibarretxe que ganó las elecciones con clara distancia sobre López, dato que suele obviarse.

López fue el que acabó con treinta años de hegemonía nacionalista (vasca), treinta años de dictadura xenófoba, treinta años de imposición y de exclusión. Treinta años, por cierto, de los que trece fueron compartidos con el PSE en el Gobierno Vasco.

López es el adalid de la paz, el que ha logrado acabar con ETA según creencia alimentada por él mismo del Ebro para abajo, cuando en realidad el anuncio del fin de la actividad armada de ETA le cogió por sorpresa, sin que hubiera participado en la gestación de esa excelente decisión, sin siquiera haberse enterado de lo que iba a ser realidad.

López se crece ante auditorios como el que rodeó el pasado lunes en Madrid. Habló para ese auditorio y dijo lo que ese auditorio deseaba escuchar. La Euskadi de hoy, la Euskadi que ha logrado su Gobierno, es una Euskadi "tranquila, plural, libre". Por supuesto, en contraposición con aquella Euskadi convulsa, uniforme y sojuzgada que López heredó de los nacionalistas (vascos).

López, con el aplauso entusiasta de la caverna, apeló al más perverso de los tópicos para "poner en valor" (expresión acuñada por el Gobierno del cambio) la gesta que él ha protagonizado: porque la vuelta a un gobierno nacionalista (vasco) sería una vuelta "a la confrontación y a la bronca permanente". Aplausos vehementes, oreja, rabo y vuelta al ruedo.

Hace falta desvergüenza para anunciar públicamente que lo van a volver a hacer. O sea, que desde el momento en que ganen los nacionalistas (vascos) van a reincidir en la estrategia de la crispación, en el insulto, en la bronca y en la barra libre para la descalificación, como lo vinieron haciendo desde que Nicolás Redondo Terreros decidió que el PSE se saliera del Gobierno que compartía con el PNV y EA y con el pretexto de que todo, pero todo, era ETA.

Aquellos años de furibundo ataque al Gobierno Vasco elegido en las urnas, el PSE de López fue inclemente en su agresividad contra el nacionalismo (vasco) democrático, y contó para ello con la inestimable ayuda del ala más provocadora del PP vasco, representada por Iturgaiz y Mayor Oreja. Entre todos ellos tejieron la más espesa tela de araña de la desinformación mediática, hasta el punto de hacer odioso a la sociedad española el nacionalismo (vasco) y, de la misma tacada, el euskera, las ikastolas, la ikurriña, la txalaparta y hasta el Athletic.

Y ahora viene López amenazando con más de lo mismo si ganan los nacionalistas (vascos), pero con la desfachatez de culpar de todo ello a los nacionalistas (vascos). El mundo al revés. Él, que inventó aquello del raca-raca de Ibarretxe por reivindicar el derecho de los vascos a decidir, ridiculizando al lehendakari por tierra, mar y aire. Para colmo, en la emoción de los aplausos madrileños, López no se privó de acusar al PNV de ser "irresponsable, lanzando mensajes catastrofistas". Él, que pasó medio discurso anunciando la catástrofe de una vuelta del nacionalismo (vasco).

Este es y ha sido el raca-raca de Patxi López, su permanente agitación hasta la más insoportable crispación en cuanto los nacionalistas (vascos) le ganan en las urnas. Una crispación que solo se calma cuando le dan el caramelo del poder, por las buenas o por las malas, es decir, por los votos o por los apaños.